Hay algo de todos nosotros escrito en las novelas de Miguel Delibes. No importa cuándo haya sido el acercamiento a su literatura, si en una clase de instituto o en una librería de segunda mano. Toda persona ha sido Daniel 'El Mochuelo', mirando el cielo nocturno y temblando de miedo al no poder comprender el infinito, inabarcable para los ojos de un niño; o Pedro, resguardado del frío dentro de las murallas de Ávila, entendiendo lo que era la muerte en la ausencia de su amigo Alfredo; o ha experimentado la dignidad humana y la injusticia, tal y como Paco la busca, cazando perdices como si de un perro se tratase; o ha soñado con la tenacidad de Cipriano, empujado desde el nacimiento a la soledad física y espiritual de unos tiempos que no le corresponden.

Porque hay una novela de Delibes para cada uno de nosotros, para cada momento vital. Hoy se cumplen cien años de su nacimiento y por muchas de sus obras no ha pasado el tiempo. Es un escritor genealógico, uno de los pocos que quedan en nuestras letras que no se conoce solamente a través de las programaciones didácticas. Su acercamiento es más elemental y sanguíneo. Somos muchos los que hemos crecido observando títulos de Delibes en la estantería de casa. Al salón familiar se unieron escritores extranjeros y modernos, pero las humildes ediciones de Destino, blancas y gastadas de tanto usarlas, se mantenían orgullosas, a pesar de las generaciones, junto a la Biblia y El Quijote. Esas mismas páginas, amarillentas de las múltiples lecturas, son las que me iniciaron en el mundo Delibes. Antes que yo, mi madre dobló las esquinas de las páginas impares, y antes que ella, mi abuelo subrayó alguna palabra cercana para él, ya extraña para mí. Abrir sus libros es también mantener una comunicación con mis mayores. El punto de unión al que los lectores nos hemos aferrado.

Delibes se puede considerar el escritor de un país entero porque sus obras nos han acompañado a la par que se cumplía la historia, la de España y la personal que cada uno alberga. Hay una novela para cada momento vital. Nadie como él para vislumbrar nuestra niñez en El príncipe destronado, en el doloroso trance de dejar de ser el pequeño de un hogar. O el retrato implacable de la adolescencia, con sus pudores y descubrimientos, en El camino, señalando el tránsito a la vida adulta, o enseñándonos a soportar la soledad, tema central de su obra, a convivir con la muerte, siempre presente, casi familiar, en novelas como Señora de rojo sobre fondo gris o La hoja roja. Delibes es el escritor de la melancolía. En todas sus obras se percibe la huella del hombre meditabundo, que mira por la ventana el duro invierno castellano y se prepara para vivir en soledad. Se enmarca en la más pura tradición castellana. Su escritura comparte el desasosiego de Azorín, la composición del paisaje castellano, el lirismo infantil del mejor Machado y la escritura palpitante de Galdós. Son historias sencillas, con un duro calado existencial que no esconden el fracaso del ser humano ante la vida. Al contrario, lo desnuda. Y con una sencillez que produce vértigo. ¿Cómo se puede decir tanto con palabras tan cercanas?

Poco importa que no llegara el ansiado Nobel. El premio se ha encargado de darle la razón a Delibes. No merecía tal degeneración. No le hizo falta al escritor vallisoletano el galardón para ser considerado la figura literaria de la segunda mitad del siglo XX, junto a Cela. Delibes no solamente ha sido un escritor íntimo, sino que también ha acercado sus novelas a la realidad. Qué es Cinco horas con Mario, sino una bofetada al matrimonio burgués, tan preocupado de guardar sus miserias; o acaso El disputado voto del señor Cayo, tan de actualidad hoy en día, evidenciando que la España rural solo importa cuando se acercan las elecciones, desnudando a la clase política cuando apenas estaba naciendo la democracia; o su magistral Los santos inocentes, un recordatorio de que la bajeza humana suele vestir también de capa y duerme junto a nosotros, a pesar de que los tiempos cambien.

No hay escritor que retratase mejor que él las profundas desigualdades existentes en nuestro país. Y lo hizo sin alardes ni pancartas. Sin firmar manifiestos mensuales. Delibes retrató el desequilibrio de un país atemorizado durante el franquismo, con la sutileza de la piedra esculpida, en una escena tan poderosa e inofensiva como la de dos niños leyendo la Guerra Civil en una figura de guerreros, en La sombra del ciprés es alargada, y lo continuó haciendo durante la Transición y bajo la democracia, ya con más libertad, pero con la misma honestidad intelectual. Fue un hombre que no se escondió nunca, pero que entendió que la acción política, ajena de la literatura, no tenía ningún sentido. Considerado conservador, no dudó en denunciar las injusticias allá donde las hubiera. Nadie ha escrito en nuestro país una novela que refleje mejor el caciquismo existente aún en los tiempos democráticos que Los santos inocentes, y dejando hablar a los personajes, porque la obra destila una fuerza posible solo gracias a la oralidad. Su estilo era tan elaborado que sus personajes nos hablan, no los leemos.

El escritor presenta un castellano limpio, lleno de palabras rescatadas del olvido de los nuevos tiempos, acercando los términos campestres a la ciudad. Son sus obras un muestrario léxico de una España que se resiste a morir. Cientos de especies de pájaros y de árboles se dan cita en sus líneas con una intensidad que hasta se le perdona el laísmo. Es el hombre que ha sabido hablarnos de temas tan profundos como la muerte, la soledad, la melancolía, el amor a la naturaleza, con palabras cercanas, sin renunciar a la belleza. Tal vez El camino sea el punto culminante de este estilo que podría definirse como pulcro, tan difícil de imitar que todo el mundo podría hablarlo, pero muy pocos escribirlo.

Cien años no son nada en una literatura tan rica como la española. Delibes guarda un sitio de honor en un siglo XX, tan genial para nuestras letras. Un puesto que ganó por méritos propios, siendo el escritor de lo cotidiano, el narrador puro que habla en susurros al lector, que le sugiere las palabras y lo advierte de las maldades humanas, de los recovecos de la vida. Que lo avisa de que tras la hoja roja, en el final, está la muerte. Esperemos que su legado siga vivo y que en los centros educativos no se dejen llevar por el aquelarre de la ignorancia. No lo desterremos también de los institutos por cantos de sirena en nombre de la mal llamada literatura juvenil. Un niño de catorce años con El camino entre las manos tiene un poder inmenso. No les privemos de conocer a Delibes.