D urante estas semanas hemos ido conociendo los nombres las personas galardonadas con el Premio Nobel en sus diferentes categorías. Este año dos científicas han conseguido el Nobel de Química, un premio que, desde 1901, solo han recibido cinco mujeres. Emmanuelle Charpientier y Jennifer Doudna desarrollaron la técnica CRISPR/Cas9, o 'tijeras genéticas', que permite cortar el ADN en una posición concreta. Entre otras utilidades, la herramienta desarrollada por estas dos mujeres científicas se podría aplicar en el tratamiento de enfermedades genéticas o en el del cáncer.

Son muchas las mujeres que optan por estudios de ciencias en las universidades, las que desarrollan su labor profesional en este campo, y las que aspiran a liderar estudios y avances que nos permitan curar enfermedades, mejorar nuestra calidad de vida o conocernos mejor como especie. Mujeres que se acercan a la ciencia sin tener apenas referentes y sin conocer a muchas que recorrieron ese camino y cuyos nombres no aparecen en los libros de historia.

Una de estas pioneras es la que se considera la primera paleontóloga profesional. Mary Anning nació en 1799 en Lyme Regis (Reino Unido), una localidad de la denominada Costa Jurásica a la que acudían muchos coleccionistas de fósiles, generalmente pertenecientes a las clases más acomodadas. La venta de fósiles era la única fuente de ingresos para las familias con menos recursos como la de Mary, que junto a su hermano y tras la muerte de su padre, dedicaron todo su tiempo a esta actividad. El hallazgo de un cráneo y un esqueleto de ictiosaurio (un gran reptil marino con aspecto de pez y delfín) hizo que un importante coleccionista de la época prestara su ayuda a la familia, lo que permitió a Mary mantener un próspero negocio de venta de fósiles durante años.

A pesar de haber recibido una educación escasa, basada principalmente en la lectura de textos religiosos, Mary leyó todos los documentos científicos que pudo obtener, además de realizar esquemas y dibujos técnicos completos de los organismos fósiles que encontraba, y diseccionar peces y sepias, entre otros animales, con el fin de entender cómo eran sus ancestros prehistóricos. Mary fue una paleontóloga autodidacta, con la que muchos geólogos de la época trabajaron y con los que trataba cuestiones relacionadas con la anatomía y la clasificación de las especies.

Pero a pesar de sus conocimientos y el éxito de sus excavaciones, Mary fue considerada una intrusa. En la Inglaterra del siglo XIX las mujeres no tenían derecho al voto, ni a ocupar cargos públicos, ni a asistir a la universidad. Y, por supuesto, no podían formar parte de la Geological Society of London, la primera sociedad geológica del mundo, recién creada en aquel momento. Mary, por su condición de mujer, no podía tampoco asistir a las reuniones de dicha sociedad ni en calidad de oyente, a pesar de que poseía más conocimientos que muchos de sus miembros. Los paleontólogos de la época, con muchos de los cuales llegó a entablar amistad, se negaban a incluir su nombre en la publicación de sus hallazgos.

Mary Anning murió a la edad de 47 años a causa de un cáncer de mama. A su muerte, la Sociedad Geológica de Londres publicó un panegírico en las actas trimestrales de la Sociedad, un honor solo concedido a los miembros fallecidos. Fue la primera mujer a la que se le dedicó este honor y la primera persona en recibirlo sin ser miembro de la asociación.

La historia de Mary Anning es la de otras muchas mujeres, pioneras en la historia de la ciencia, muchas de ellas desconocidas, cuyos esfuerzos, trabajos y logros han pasado desapercibidos. Dar a conocer sus historias es una manera de hacerles justicia y de crear referentes en los que las futuras generaciones de científicas puedan mirarse.