Cada domingo desde hace tres semanas estrenan un capítulo nuevo de Patria en HBO. No hacen falta spoilers, ni siquiera presentación. Es la serie que trae a las pantallas la historia de cómo los buenos morían porque los malos los mataban. O, más concretamente aún, es el relato de cómo españoles independentistas de izquierda radical mataban a españoles probablemente también independentistas, y alguno de ellos de izquierdas también, sólo porque no aceptaban eso de que quizás a balazos las patrias son difíciles de construir. Que los años de plomo eran durísimos ya lo sabemos. El libro, la serie en último término, lo refleja a la perfección: pintadas, señalamientos, hostigamiento y, mucho peor que lo anterior, complicidad de los que antes eran amigos con los que ahora son asesinos.

Que antes mataban y ya no lo tenemos todos claro. El por qué dejaron de matar, quizás no tanto. La sociedad vasca no se despertó una mañana de la nada y decidió que ya iba tocando eso de dejar de señalar al vecino. Los curas a las órdenes del nunca suficientemente repudiado obispo Setién («Quién le va a rezar a Dios en euskera si no somos nosotros») no contrajeron un compromiso voluntario con la paz en un rezo vespertino. Los terroristas no abandonaron las armas, el arsenal y el compromiso con una idea de nación surgida de un racista misógino como Sabino Arana simplemente porque desde el Parlamento las ideas se defienden mejor.

Si en España no morimos a manos de chavales

de Elorrio sin oficio ni beneficio no es por voluntad política de ninguno de estos homenajeados en las calles de pueblos estupendos de Navarra y Guipúzcoa. Si somos libres es gracias a que ellos, con la fuerza de la ley, ya no lo son. Para personas de mi generación, que recordamos el asesinato de Miguel Ángel Blanco como un leve destello de indignación, esta historia parece una pesadilla de ciencia ficción. Muchos de mis compañeros de la Universidad probablemente hasta piensen que ETA era la 'consecuencia natural de la opresión del PP' (le prometo a usted, que me está leyendo ahora con incredulidad, que ese comentario es real). Para los que no llegamos a los 30 es inimaginable pensar que en este mismo país en el que ahora pisamos y respiramos, compatriotas que comparten nacionalidad, lengua y cultura con nosotros, eran capaces de matar a sus vecinos porque pensaban diferente. Ni siquiera lo contrario. Simplemente, diferente.

Durante los años posteriores al alto al fuego obligado, después de que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y la voluntad de política de un par de Gobiernos hubiera hecho su función, el relato de ETA casi se ha dulcificado. Que no era para tanto, que si son presos políticos, que qué sentido tiene ahora detener a asesinos y encubridores «si eso ya está olvidado». Que si la dispersión, que si para una madre es más coñazo ir a una cárcel de Huelva a ver a su hijo el asesino que para otra ir a San Sebastián a ver la tumba de su hijo el asesinado.

Patria es una serie estupenda, de un libro estupendo, que explica que un día, hace no mucho, hubo una España horrible a la que conseguimos vencer. Aunque a veces, a algunos de esos a los que no hace mucho hubieran matado, se les olvide que con ETA, o como Bildu se llame ahora, no se va ni a heredar. Y mucho menos, a presupuestar.