Celebrar el día patrio en un país que se descompone alcanza altas cotas de lirismo nunca imaginadas. El 12 de Octubre es nuestra fiesta nacional, tal vez el único día del año donde somos un poco franceses y a algunos no les avergüenza sacar banderas rojigualdas a la calle. Este año el Ejército no desfiló por la Castellana, pero los políticos ensayaron el gesto grave de siempre. En los actos de conmemoración de otros años se ausentaron políticos que hoy son ministros, contrarios a esa fiesta, a ese desfile, al rey que lo preside y a la bandera que se homenajea. Nada como que la tripulación que dirige el barco no crea en el agua. Al menos saben nadar en todo tipo de charcos. Viven de eso.

«Nada que celebrar» es un lema que se ha asentado entre nosotros. Vuelve cada año, justo antes de las calabazas e inunda las redes sociales y las declaraciones de cientos de políticos. Creen ser valientes y transgresores. Disfrutar de un día de fiesta y escribir a las doce de la mañana, en pijama, en una habitación de hotel, que el 12 de Octubre es «la conmemoración de un genocidio» es la culminación de esta enfermedad paralizante que sufre nuestro país.

Los que rechazan celebrar el 12 de Octubre argumentan que no participan de la conmemoración de uno de los procesos más violentos de la historia. No han leído a Ángel González, quien escribió que la historia, al igual que la morcilla de su pueblo, se hacía con sangre y se repetía. Pero fingir desacuerdo con el 12 de Octubre es solamente la última impostura política, la moda reciente. Hay partidos que están en el Gobierno que rechazan la fiesta nacional por el simple hecho de estar conmemorando la existencia de la nación española.

Los argumentos varían cada año pero se sientan todos a la mesa. Hablan de 'genocidio', cuando el término en sí debería ser puesto en cuarentena. Que los conquistadores cometieron atrocidades durante el proceso histórico que llamamos 'conquista' es fácil aceptarlo. Pero no era un proceder diferente al del resto de territorios en el siglo XV. Nada nuevo bajo el sol de la historia. Los conquistadores aprovecharon, en muchos casos, las disputas internas de las centenares de tribus para adquirir el territorio.

Debemos desterrar la idea inocente del indio americano, viviendo en un paraíso roussoniano, donde el buen salvaje caminaba desnudo porque no conocía el pudor. Un Adán y Eva de piel cetrina. En las culturas precolombinas la vida era muy difícil. Se sufría, con un régimen de servidumbre más propio de Mesopotamia que del siglo XV castellano. Se realizaban numerosos sacrificios humanos y las tribus dependientes de las culturas dominantes vivían a merced de las violencias inusitadas. Un ejemplo claro son las guerras floridas, auténticas cacerías humanas que servían para el aprovisionamiento de presas humanas para los rituales. Con semejante panorama, es normal que muchas tribus vieran en la llegada de los españoles la salvación. Pero no fue así.

A estas alturas del debate, enumerar las bondades de la conquista es casi tan absurdo como las atrocidades que se cometieron. La historia existe tal cual. Podemos acercarnos a ella. Investigarla e intentar comprenderla. Pero no cambiarla. Y mucho menos juzgarla. Me conformaría, al menos, con saber leerla. Tomar por válidas las afirmaciones de fray Bartolomé de las Casas en pleno siglo XXI es un error de bulto. La obra del dominico fue esencial para actuar en la conciencia de los gobernantes españoles, que ajustaron la mira y redactaron unas leyes que protegían al indio, leyes que no siempre se cumplían. Pero Las Casas infló muchos datos y exageró el proceder de la violencia. Su obra fue la gasolina que encendió la Leyenda Negra contra España. Una fama que aún nos persigue, desde dentro de nuestra fronteras.

Pero poco les importa a los que «no tienen nada que celebrar». No saben que las mayores matanzas de indios se produjeron después de la independencia, en el siglo XIX. Y si lo saben, lo ocultan. Sin embargo, enseguida surge una nueva fórmula, esta vez magistral, que vence a cualquier tipo de razonamiento. Dicen que el 12 de Octubre es una fiesta que rememora los tiempos de Franco. 'El día de la raza', afirman, como si el 12 de Octubre no se hubiese celebrado antes y después del dictador. Franco es el comodín que han encontrado nuestros gobernantes para demonizar al oponente. También el espejismo que distrae al votante mientras atravesamos el desierto. Hasta el momento les está funcionando. Celebrar el 12 de Octubre será, en pocos años (si no lo es ya), exaltar los valores del franquismo. Es inquietante que, 45 años después de su muerte, Franco sea tan decisivo en lo que hacemos o dejamos de hacer. Mucho más que el ministro de apuestas.

Pero no se engañen. Detrás de todas las excusas hispanófobas no se esconde solo la ignorancia, sino una idea más calculada y peligrosa: rechazar todo lo que tenga que ver con España. Si quieren tirar por la borda la Constitución, ¿qué no harán con una bandera y un desfile militar? No creen en la patria española, pero sí en la vasca, la catalana y la gallega. Y en cuanto les sea rentable electoralmente, creerán en la patria asturiana, en la leonesa y en la andaluza. O en la república independiente de la Alcarria. Hasta Pablo Iglesias enarboló la bandera independentista canaria. ¿Será por banderas? Basta que no sea la rojigualda.

Evidentemente, España tiene mayores problemas actualmente por los que preocuparse. Preguntarse qué somos y hacia dónde vamos les parecerá discutir del sexo de los ángeles, en medio de una pandemia. Pero este que escribe está viendo cómo fallan todas las instituciones del Estado, a un ritmo preocupante. No queda nada a salvo de la quema de los tiempos: ni la justicia, ni la sanidad, ni la educación, ni la política, ni la monarquía... Muchos de los que nos gobiernan ven patrias por todos lados, menos precisamente la que tienen que gobernar. Así somos nosotros.