La perplejidad, en acepción filosófica, es el efecto que sigue al impacto de lo inesperado, aquello que deja al individuo sin saber qué camino tomar, indeciso, como cuando uno duda entre meter criada o ponerse a servir. Si tal estado se prolonga podemos alcanzar el de melancolía, una especie de tristeza vaga que, en su interpretación freudiana se entiende como falta de aceptación de la pérdida. La melancolía es un ejercicio dulce y purificador si se trata de escuchar boleros en soledad un domingo por la tarde, pero raya la enfermedad si mientras tanto olvidamos que nos espera un laborioso lunes por la mañana.

El PSOE murciano ha transitado en esta legislatura desde la perplejidad a la melancolía, y en ese pozo podría eternizarse si no fuera porque su líder, Diego Conesa, es plenamente consciente de tamaño laberinto, y ya incluso verbaliza el síntoma, claro es que en privado. En la comprensión de la propia realidad reside la esperanza de superarla.

Por paradójico que parezca, se trata de sobreponerse al éxito. Los socialistas son la primera fuerza política en la Asamblea Regional y gobiernan en más municipios que cualquier otro partido, pero están a años luz de tocar el poder autonómico. No es ya solo que la hoja de laurel del día de las elecciones (por primera vez en más de dos décadas vencieron en las urnas al PP) se marchitara casi al instante, dado que Cs, a pesar de la promesa electoral de la propia Inés Arrimadas ante el territorio sagrado de la Catedral de Murcia, optó inequívoca e indisimuladamente desde el primer instante por taponar el cambio. Poco importa que a consecuencia de esa estrategia (nacional, por lo demás, es decir, estructural), el globo de Cs se pinchara, pues el evidente error no ha conducido a corrección. Pero ese es el problema de Cs. El del PSOE ha venido consistiendo en retroalimentarse de la impracticable fantasía de que, en algún meandro de la legislatura, los naranjas recuperarían la autoproclamada transversalidad de la que no hay ejemplo que constatar. Por si faltara algo, el avance electoral socialista no ha tenido continuidad, sino que en las elecciones generales que siguieron a las autonómicas, la Región de Murcia se coloreó de verde Vox, desplazando al PSOE a tercera fuerza (con tan solo el consuelo de que el PP de López Miras mordía el polvo por segunda vez, pero por méritos ajenos a la izquierda), y en consecuencia derivando la atención de populares y naranjas hacia la derecha sociológica, territorio nutriente en el que se había abierto la vía Vox, con riesgo futuro incluso de imponerse en las autonómicas sobre su rescoldo original, el PP.

El PSOE de Conesa, en el camino de la perplejidad a la melancolía, ha querido ser un partido moderado frente a la inmoderación legislativa del Gobierno mediante el recurso del decreto, y colaborativo con éste como forma de dar ejemplo al que López Miras debería corresponder en situaciones de crisis, tan abundantes y diversas en este periodo, respecto del Gobierno central, cuando por el contrario el presidente no ha tenido ni tiene más discurso propio que el de despejar hacia Madrid sus propias responsabilidades, a veces incluso expresando la voluntad de deshacerse de sus competencias (Educación o Mar Menor, por ejemplo).

Ese toque de moderación y colaboración podría parecer inherente a la personalidad de Conesa, un político alejado de lo vocinglero y con espíritu posibilista y pragmático, pero en realidad es también consecuencia de un persistente intento de seducir a Cs, sin pérdida de esperanza o, dicho como antes al modo de Freud, con falta de aceptación de la pérdida. La infinita fe en que Cs podría retornar a su ser reformista y regenerador ha encontrado para Conesa un inconveniente superior, al constatar que da igual mantener buenas relaciones con la vicepresidenta, Isabel Franco, o con la ascendente lideresa, ya confirmada como tal, Martínez Vidal. Un cambio de alianzas e incluso una política de acuerdos parlamentarios circunstanciales no depende de la instancia regional, sino que en un partido de las trazas de Cs corresponde a la mesa camilla de la dirección nacional. Por tanto, los intentos de Conesa de acercarse a Cs han venido resultando absolutamente infructuosos para sus intereses, ya que los de Arrimadas no respiran con los pulmones autonómicos. De hecho, Cs nunca se ha acercado a la política socialista, sino que ha sido el PSOE el que se ha sumado a las escasas iniciativas correctoras de Cs a la política del PP, con la consecuencia de contribuir al éxito de los naranjas y permitir a éstos el falso asomo de una imagen de medida discrepancia interna que subrayaría su identidad en la coalición de la derecha. En síntesis, es inútil intentar amigarse con un partido que carece de interlocutores próximos para el propósito que anima ese acercamiento. Por ese camino, el PSOE corre el riesgo de hacerle la política a Cs sin que Cs colabore con la suya, es decir, de servir de pretexto de los naranjas para que éstos luzcan política propia en el seno de un Gobierno en que es más que evidente la complicidad mutua, ideológica y funcional, entre los socios de la Mesa del Consejo, extendida con frecuencia al aliado exterior, Vox, desde el frente parlamentario, incluso a pesar de su fraccionamiento.

En esta dinámica de hacerse querer, Conesa no ha sido correspondido, como es lógico. El PP arroja a cada instante contra él el constructo del socialcomunismo, las letanías del consignario de Génova contra la actualidad pedrosanchista, y el eterno mantra de la discriminación de la Región sin percatarse de que los populares la gobiernan desde hace veintimuchos años sin eficacia a ese respecto, según su propio argumento. Y Cs anda a lo suyo, con un discurso autosatisfactorio para quienes disfrutan de los altares del poder que no tiene correspondencia con la credibilidad del partido ni con el gran fraude electoral que a juicio de sus entusiastas votantes iniciales representan. Cualquiera debería haber advertido a Conesa hace ya tiempo de que intentar hacer migas con la derecha o con una parte de ella es infructuoso para sus intereses y de que en una Región en que Vox es la fuerza sociológica suprema lo absolutamente necesario es una visualización de la izquierda. Claro que el problema es qué izquierda.

No es fácil. Conesa está obligado a hacer de guardaespaldas en Murcia de la política de Pedro Sánchez, y una de sus posibilidades sería ponerse las medallas a que daría lugar en lo autonómico la acción del Gobierno nacional. Pero el PP, consciente de esta posibilidad, activa los cortafuegos y enfoca toda su potencialidad persuasiva contra Sánchez aun a riesgo para el presidente murciano de protagonizar la caricatura del eterno quejica e incluso de distinguirse por ser activista encendido de lo que más deploran los ciudadanos: la falta de unidad política en un periodo de gravísima crisis sanitaria y económica.

Y hay que decir algo más: Sánchez, a pesar de su éxito en las encuestas nacionales, no es precisamente un emblema de buena gestión, y menos acompañado de un Podemos que, salvo la ministra de Trabajo, se dedica a ingeniar discursos políticos ajenos a la realidad social para distraer su aceptación socialdemócrata y revestirla de un radicalismo institucional que ya no se corresponde a la propia imagen de sus líderes que, como los de Cs, se sostienen en el alambre, temerosos de unas elecciones anticipadas que los borren del mapa.

Por tanto, ciertas críticas del PP encuentran terreno abonado en las derivas del Gobierno central, y golpean en esos flancos, incluso a pesar de que, como en Murcia, la gestión autonómica sea evidentemente desastrosa casi en cualquier ámbito que enfoquemos y ya resulte imposible un discurso coherente, especialmente en lo relativo a la propagación del coronavirus: el mito del bolivariano errante, la lógica de que a menor incidencia inicial correspondería un mayor impacto en la segunda ola, los controles de Barajas o la imprudencia de la población que curiosamente fue galardonada el Día de la Región por no salir de casa durante el confinamiento, tanto por conciencia cívica como (este dato se obvió en la ceremonia) por no verse el indisciplinado privado de seiscientos euros a causa de una multa segura. El PSOE, mientras tanto, es incapaz de contrarrestar tanta indigencia argumental, tal vez por no tener que responder a la pregunta latente: ¿qué fue de aquel comité científico? Entre otras.

Pero también flaquea el PSOE en lo que se refiere a otras crisis, como la del Mar Menor, de la que mañana mismo se cumple un año desde la eclosión de la anoxia, sorprendiendo a López Miras mientras jugaba a patriota de banderita. Los socialistas han firmado una ley que todos, incluido el conjunto de sus firmantes en petit comité, admiten irrelevante contra las causas principales del ecocidio. Una especie de manierismo para salvar la cara de las distintas Administraciones que no engaña a nadie. Otro gesto de buena voluntad ante Cs, cuya lideresa confunde la belleza de los atardeceres fotográficos de la laguna con el cáncer estructural de los fangos y los venenos que la asesinan. Un Gobierno que, por lo demás, ha decretado por ley la supresión (¡en pleno siglo XXI!) del más elemental control medioambiental en cualquier actividad de desarrollo empresarial y que se sostiene bajo la batuta de una CROEM que se otorga la preceptiva de ofrecer el nihil obstat a toda iniciativa de la clase política gobernante (cuando no son sus propios técnicos quienes elaboran los borradores de los proyectos de ley, y mejor así, porque al menos no se amparan en el Levítico), incluso de la validación de sus líderes ante las respectivas direcciones centrales, como ha ocurrido en el caso de Cs. Manda José María Albarracín, y además pretende que se note. No hay poder sin guiño que señale la fuente del mismo.

¿Cómo es posible que en un contexto de mediocridad del discurso político de la derecha y de la evidencia palpable de unos gestores de nueva generación que, asustados por la posibilidad de una fase efímera de su poder se aprestan a obedecer con urgencia los más previsibles intereses en los concursos públicos de la Administración y en la propia distribución del presupuesto entre amigos y supuestos enemigos no encuentre un relato opositor que evidencie con valentía tamaña impostura? No hay modo de responder a esta pregunta más que como resultado de la debilidad de la alternativa, es decir, de la izquierda, y más en concreto de la izquierda ponderada, la única practicable en un entorno social como el de la Región de Murcia. Gobierna el PP porque el PSOE no atina en su posición. Y esto no debería ser entendido como una crítica al PSOE, sino como una sugerencia para la autocrítica en el PSOE, que falta le hace.

El fin de la melancolía podría consistir en salir del espejismo de Cs como una fuerza transversal: en el ayuntamiento de Murcia, el PSOE llega al paroxismo de su fantasía haciendo seguidismo del tritránsfuga Mario Gómez (exsocialista, ex UPyD y, de momento, de Cs en renovada concordia con el PSOE frente al propio socio de gobierno, el PP), y en vez de hacer una política de oposición alternativa ha elegido el camino de la demolición a cualquier precio, sin reparar en el efecto boomerang. Salir también del colaboracionismo implícito con un Gobierno absolutamente contrario a cualquier política de diálogo o concordia, no solo con su oposición sino con todo aquello que detecta como potencialmente crítico.

He empezado diciendo que Conesa, al parecer, admite ya que no ganó, sino que en la práctica perdió las elecciones. Buen principio para empezar a hacer oposición. A ver si pronto comprobáramos que el PSOE, como Teruel, también existe.