Tres encíclicas ha publicado el actual pontífice, aunque la primera no era plenamente suya pues tuvo la deferencia de publicar un texto de su predecesor. Las dos encíclicas propias llevan por título una referencia a San Francisco, el hermano universal, el pobre de Asís, aquel que supuso en su persona una revolución para la Iglesia, que 'amenazaba ruina' y a la que vino a reconstruir con la fuerza del Evangelio y como única arma la pobreza. Las dos encíclicas tratan las temáticas más queridas para el santo de Asís: la fraternidad universal y la 'hermana naturaleza', que siguen siendo, a día de hoy, los dos grandes retos de la humanidad: ser hermanos y hermanas entre nosotros y con la naturaleza. El Papa Francisco ha querido, precisamente en estos momentos convulsos, cuando el dextropopulismo amenaza la convivencia y los tiempos se vuelven oscuros, proponer la llamada a la fraternidad del poverello como la guía que puede salvar a la humanidad de caer en la barbarie de los discursos de odio y xenofobia. La propuesta es ser hermanos y hermanas de los próximos y de los alejados, de toda criatura humana que ha sido creada a imagen de Dios.

Ser hermanos significa tratar a todos con la cercanía y el cariño propio de quien se siente parte de una comunidad amplia y aplicar esto a nuestra conducta personal y comunitaria. En la Iglesia supone impedir cualquier discurso que niegue la humanidad de las personas migrantes, de una u otra manera. En el número 39 dice Francisco respecto al tratamiento a los emigrantes: «Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos. Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes, haciendo prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno». Por desgracia, en España, medios que se apellidan católicos y que reciben generosas cantidades de subsidios económicos eclesiales 'hacen prevalecer ciertas preferencias políticas' y, en la práctica, degradan la dignidad de estos seres humanos que intentan encontrar un lugar donde no ser perseguidos, poder alimentar a su familia o, simplemente, subsistir.

Esos que se llaman católicos entre los medios de comunicación y otras formaciones de la sociedad española deberían tener muy presente que todo pecado se perdonará a los hombres, menos el pecado contra el Espíritu Santo. Este pecado no se perdonará porque quien niega la humanidad de los hijos de Dios y lo hace en función de un beneficio. Quien degrada a los hermanos y destruye en sí mismo la imagen de Aquel que lo creó, no podrá ser redimido, a no ser que públicamente se transformen y actúen como hermanos de los últimos de este mundo.