No tengo nada que ponerme» es una de esas frases que todas hemos dicho alguna vez y que en muy pocas ocasiones significa literalmente lo que estamos manifestando. Yo no suelo utilizar el doble sentido en mis afirmaciones, tiendo a ser bastante clara y directa con lo que quiero o intento expresar. Sin embargo, he de reconocer que también he caído en esta práctica. Confieso que hacía años que no la utilizaba, fundamentalmente porque sería un despropósito hacerlo con el armario que tengo (guardo, o más bien colecciono, ropa desde mi época de universidad; es lo bueno de cuidar las prendas y no cambiar de talla) aunque durante mi adolescencia fue un 'must' en las conversaciones con mis amigas.

Recientemente recuperaba esta expresión tras el alumbramiento. Y es que si hay algo que pueda alterarte las hormonas al nivel de la adolescencia eso es el postparto, que hace estragos con nuestros cuerpos pero también con las emociones. ¡Y yo que pensé que nunca volvería a la edad del pavo! En esta ocasión la acepción era probablemente una de las más utilizadas, no se trata de que en tu vestidor haya más o menos conjuntos o estilismos, como se dice ahora, adecuados para tus necesidades, es más bien una falta de autoestima encubierta o rechazada. No es que no tuviese nada que ponerme, más bien se trataba de que no era capaz de verme bien con nada. Amén de que por aquel entonces las prendas me quedaban bastante más apretadas. La prueba irrefutable de esta teoría está en que con el mismo 'look' me he sentido tan diosa como ridícula en según qué ocasiones. Porque no se trata del modelito sino de la seguridad (o la falta de la misma) con la que lo llevaba.

Pero esta no es más que otra de las pruebas que afronta una post-embarazada. La maternidad no es fácil, desde luego, una suma a 'sus cosas' la responsabilidad de sacar un bebé adelante colmada de miedos, dudas y ansiedades; la falta de ayuda para conciliar la vida de madre con cualquier otra faceta que antes se ejercitara; la incomprensión, muchas veces, de pareja y familia cercana y la nueva organización de una vida en la que da la sensación de que no eres más que una invitada, donde todo te parece extraño y a la que tendrás que adaptarte de la noche a la mañana. Pero el trance se pasa y resurgimos de nuevo más fuertes, más enérgicas y más reforzadas. Siendo una nueva versión de nosotras, si cabe, mejorada. Y, por qué no decirlo, con el tiempo y una vez la figura recuperada, con un armario lleno de prendas que sentiremos como recién estrenadas en cada paso firme de esta nueva etapa.