Yo no sé ustedes, pero creo que hay ya una buena cantidad de lectores de periódicos, de oyentes de radio o de espectadores de televisión que huyen de las primeras páginas de la prensa escrita, de los titulares de entrada en los informativos de radio o televisión, y, si me apuran, hasta de las entrevistas a políticos o a técnicos sanitarios. Está claro que los medios tienen la obligación inexcusable de informar sobre lo que acontece, y, más aún, cuando la situación actual de la pandemia es la que es. Pero sé de gente que cada vez más a menudo le echa un vistazo a la primera página de un periódico como si tuviera prisa, e inmediatamente se pasa a la última donde probablemente se va a encontrar un anuncio publicitario, pero también existe la posibilidad de que aparezca una columna divertida o al menos bien escrita para disfrutarla, o quizás una entrevista a un deportista, o algo en cualquier caso no te amargue el día. Y ya desde ahí va leyendo Cultura, Deportes, Sociedad, mientras se acerca con miedo a las primeras páginas.

Porque, ¿qué aparece en las portadas de los periódicos, en los primeros diez, quince o veinte minutos de los informativos actuales? Pues lo que tiene que aparecer: una información detallada de la situación de pandemia que sufre el país, adornada e ilustrada, eso sí, con las actitudes y posiciones de los políticos, tanto a nivel nacional, como regional o municipal. De este modo, el ánimo del lector o del oyente sufre un ataque frontal con disparos certeros de noticias que hieren como balas. Es más, resulta que todo lo que se daba por cierto hace un mes, una semana, o un día, ahora resulta que no lo es, que la verdad es otra cosa nueva que ha dicho un epidemiólogo de la universidad de Almazán, Soria, basándose en estudios que ha llevado a cabo con dos amigos suyos, eso sí, internacionales: uno de Armenia (por cierto, pobre Armenia) y otro de un colegio mayor de un pueblo de Nigeria. Pero el caso es que las cosas son así, que esta semana se ha dicho que parece ser que el virus se contagia por el aire, por las goticas pequeñas que exhalamos al hablar, y que las gotas gordas, las que provocaban que tuviéramos que lavarnos las manos continuamente y llevar mascarilla, se caen al suelo por su propio peso, mientras que las pequeñas se quedan ahí flotando para que nos las traguemos en un descuido.

También esta semana se ha dicho que las mascarillas de tela, puede ser, que quizás, quién sabe, no nos protejan bien, y que en los hospitales murcianos quieren que las llevemos quirúrgicas. Imagínense la cara de los lectores de este periódico cuando el viernes leyeran en nuestra primera página que la Consejería de Salud desaconseja su utilización en los hospitales o centros sanitarios. Muchos y muchas se han comprado las suyas pagando entre cinco y diez euros por las más corrientes, unas con estampados a juego de los zapatos de salir, otros con un escudo con bayonetas y banderas por aquí y por allá, con fondo verde, con fondo azul, con su camisita y su canesú.

Y en las páginas siguientes suele venir una descripción detallada de lo que hacen o dicen los políticos que nos gobiernan. Aparte de peleas, enfrentamientos, luchas entre ellos, desacuerdos totales y recuerdos a la familia, también están las flores que ellos mismos se echan. Esta semana vi un informativo de la televisión regional en la que la presentadora le hacía una entrevista a nuestro querido presidente regional, Fernando López Miras. Todas las respuestas, a todas, todas, las preguntas, se regían por un código de solo dos números, el 1 y el 2. A cualquier cosa que se le preguntara se respondía con el código 1: echándole flores a su gobierno o a sí mismo, o con el código 2: tirándole al cuello al gobierno nacional en general y a Pedro Sánchez en particular. Como le hicieron un montón de preguntas, aquello resultaba realmente infumable porque cualquier espectador, menos los de su partido, y quizás no todos, sabe que ni él y su gobierno pueden ser totalmente buenorros, ni Pedro Sánchez y el suyo ser una banda en la que todos odian profundamente a la Región de Murcia, por haber inventado la marinera, por ejemplo.

Menos mal que le han dado el Nobel a Louise Glück. Esa sí que es una buena noticia.