Mientras el ruido sigue y los políticos nos dan su peor versión, la vida sigue.

Esta semana no he estado nada pendiente de la actualidad ni de la política, he leído en diagonal algunas cosas, pero, vamos, más de lo mismo; mientras mi madre, enferma dependiente, no entiende que la vida se concentre en debates absurdos sobre la monarquía, o los casos de corrupción, o el show lamentable de los indepedes. Qué pereza todo ¿no creen?

Hace una semana bajaba a Murcia, en plena crisis sanitaria en Madrid, ciudad que confinaban, y el caos según Ayuso, se apoderaba de la ciudad. Más restricciones, más pulso político, más de lo mismo. Cogía un tren, y les confieso que mientras me dirigía a la estación de Atocha tenía muchas ganas de que me pararan y mostrarles un salvoconducto por el que podía salir de la capital para poder venir a Murcia. Me sentía poderosa, pero para mi desgracia ningún policía se cruzó en mi camino, de manera que volvió a ser un viaje más, de los muchos que he hecho a lo largo de los años viviendo entre Madrid y Murcia. Eso sí, ni un viaje sin su retraso de Renfe. Siempre me digo que voy a reclamar el importe del billete, pero cuando llega la hora y ves el coñazo que es, tiro la toalla y me rindo.

En Murcia aún es verano, no se si me gusta, es tiempo de disfrazarse y vestirse como una cebolla, a primera hora ya empieza a hacer fresquete, pero a las doce los treinta grados no te los quita nadie. Me espera una semana por delante de esas que me desconcentran, volver a casa siempre es una hostia de realidad que parece que al pisar Madrid no olvido pero sí dejo en segundo plano y me concentro en mí y en mi vida.

Murcia es volver a tener doce años permanentemente y luchar contra demonios. Murcia es querer pasar horas fuera de casa y evadirse, para después sentirte culpable y decirte que no atiendes a tu familia como necesitan. Murcia es conectar con mi yo menos adulto y volver a ser una niña. Murcia me destroza por dentro a pesar de que desde hace un tiempo no siento dolor, solo hago las tareas que me tocan sin pensar en cómo nuestra vida saltó por los aires.

Imaginen que se jubilan y empiezan a perder la movilidad de sus piernas, empiezan a tener comportamientos extraños y dejan de andar. Imaginen que la familia no entiende qué sucede, no se consigue un diagnóstico y sigue avanzando el deterioro, siempre tosen mientras comen, tienen mucha agresividad y gritan, gritan mucho. Imaginen el sufrimiento mental que les provoca empezar a ver que algo les pasa, tienen paranoias, alucinaciones; para ustedes, su hija entra cada noche a robarles, piensan que su hija se acuesta con su marido, y sordideces similares. Imagínense haciendo llamadas compulsivas a números de la tele para comprar cosas absurdas que se anuncian de madrugada, imagínense cómo es su vida de repente cuando llegaba el momento de disfrutar después del trabajo de cuarenta y muchos años, todo salta por los aires y con ella la paz de su familia.

Imagínense una mañana casi no despertar por una neumonía provocada por autoahogamientos al comer, provocando una gravísima infección en el pulmón y que no respondan a ningún estímulo. Imagínense que están en una reunión y les avisan de que su madre está muy grave y es probable que no salga de la situación en la que permanece.

¿Qué les parece?

Este, muy resumido, fue el principio de una pesadilla que todavía dura en mi familia. Este es el principio de cómo la demencia frontotemporal de mi madre nos ha arrastrado a todos en mi casa.

Les escribo hoy sobre una realidad que toca a muchas familias, siempre pienso que me gustaría ayudar a mucha gente contando nuestra experiencia y cómo vamos superando cada día, y lo duro de esta enfermedad. A mí me habría encantado que alguien a quien conozco me hubiera podido ayudar en este trance y aconsejarme sobre su experiencia.

Mi madre no es una dulce señora que tiene alzheimer y canta mientras olvida quién es. En su enfermedad existe la agresividad, la obsesión, la compulsividad, la violencia, el deterioro físico, la atrofia en su cuerpo avanza mientras hace años dejó de moverse, el sufrimiento mental de alguien que poco a poco cambia el gesto de su cara, sufre una tremenda desinhibición verbal y cuando tu madre a lo largo de su vida no ha dicho un taco imaginen cuando de repente 'hija de la gran puta' es lo más fino y bonito que te dice.

Imaginen a mi padre, un asturiano discreto, siempre a la sombra de ella, cómo se consume a su lado convirtiéndose en su sombra en la enfermedad; imaginen cómo se convierte en sus pies y sus manos, mientras se va apagando y no tiene ganas de levantarse; imaginen cómo tu padre se abandona y nos abandona, agotado de vivir, imaginen cómo no asume la enfermedad de su mujer, con la que lleva casado más de cincuenta años.

Imaginen convertirse en los padres de sus padres, imaginen poner pañales, comprar papillas y asumir la economía familiar, patrimonio, papeleos administrativos. Imaginen entrar a la Ciudad de la Justicia, para que te nombren defensora jurídica de tu madre, y te rompes, llorando delante de la administrativa judicial. Imaginen cómo ese salvoconducto que me hacía sentir poderosa para bajar a casa hacía que la niña que fui una vez, en realidad fuera la que estuviera en esa sala firmando proteger a su madre y no la de 42.

Imaginen cómo la culpa les visita a menudo, pensando que tu obligación como hija es estar a su lado y decides marcharte a vivir a otra ciudad y la angustia que conlleva te visita de madrugada; imaginen sentirse la peor hija del mundo cuando esta semana he pasado más tiempo fuera de casa que dentro, por evadir y no escuchar los suspiros de mi padre o las burradas de mi madre.

Imaginen que mañana les puede tocar a ustedes o a alguien de su familia, y todo saltar por los aires.

No les cuento esto para dar pena, ni mucho menos. Les cuento esto como experiencia de vida, en la que es posible que muchos se sientan reflejados o conozcan a alguien que ha pasado por aquí. Quizás ahora muchos de los que me leen y no me conocen podrán entender mi manera de ver la vida. Toca vivir, seguir y cuidar hasta el final, hoy toca volver a tener 42 y no doce como el pasado jueves, hoy toca decirles que la vida es una putada, que no recuerdo a mi madre cuando era mi madre y que todo duele.

Pero también toca decirles que tengo mucha suerte y gracias a todo esto valoro todo de manera distinta. Me ofenden los problemas del primer mundo de muchos, las gilipolleces de algunos y las tonterías de otros. Toca decirles que tengo mucha suerte y estoy rodeada de la mejor gente del mundo, toca decirles que me siento querida, toca decirles que cada tren que cojo a Murcia es una aventura y a pesar de toda esta locura, soy afortunada. Eso sí, nadie me quita volver a sentirme en pelotas ante ustedes al contarles mis miserias y parece que empieza a ser una costumbre. Tendré que hacérmelo mirar.