Los murcianos solemos decir que tenemos los políticos que nos merecemos, la industria que nos merecemos o el destino que nos merecemos, pero jamás hubiera imaginado que esta actitud derrotista pudiera ampliarse a un terreno tan climatológico como la lluvia.

Me explico: paseando el otro día por la calle y portando mis orejas en su habitual emplazamiento junto a las sienes, capté un retazo de conversación de dos personas desconocidas de las que solo escuché nítida y textualmente la contundente opinión de uno de ellos sobre que los murcianos tenemos la lluvia que nos merecemos.

La frase en cuestión me hizo pensar. Lo primero que concluí, haciendo una vez más alarde de mi prodigiosa inteligencia, fue que estos dos desconocidos paseantes estaban hablando de la sequía, o al menos del clima de Murcia.

En segundo lugar pensé que por lógica habría que concluir que si tenemos la lluvia que nos merecemos, y puesto que la pluviosidad está tan asociada al resto de los meteoros, resulta por tanto que tenemos la nieve que nos merecemos; es fácil entonces inferir que no nos merecemos apenas nieve, lo cual nos puede llevar a preguntarnos que deberíamos hacer para merecer acaso un poco con la que fabricar hombrecitos en los tiernos y familiares días de la navidad.

Continuando el razonamiento, si tenemos el clima que nos merecemos, estarán conmigo en que también habrá que resignarse a que tengamos el granizo que nos merecemos, lo cual si se quiere puede entenderse como que nos está bien merecido que de cuando en cuando se nos apedreen la cosechas. O bien que nos sacudan con frecuencia las inundaciones catastróficas, aunque en esto igual tiene también algo que ver los siglos de cero planificación sensata del territorio en esta sacrosanta tierra.

Pero ya por lo que no paso, dado que mi capacidad abstractiva y conceptual no da para tanto, es porque tengamos el viento que nos merecemos. O los rayos. Ni mucho menos que tengamos la escarcha o el tempero que nos merezcamos; en esto termina cualquier capacidad justificatoria.

Cuando le contaba a alguno de mis amigos el retazo de conversación callejera que había escuchado, fue cuando comprendí que en el asunto del clima murciano también hay mucha ideología. Porque mis amigos por su parte, tomándoselo muy en serio, me preguntaban: ¿eran dos agricultores? ¿acaso el presidente de la Confederación y otra persona? ¿hacendados de la huerta? ¿eran ecologistas? Y yo a todas las hipótesis contestaba lo mismo: que no les había visto, que iba detrás de ellos, que era de noche y estaba obscuro, que iban embozados, cubiertos con sombrero de ala ancha, que llevaban gafas obscuras.

No sé quien eran, pero seguro que eran murcianos, porque nadie que no seamos nosotros habla de nosotros mismos con tanta disciplencia.