Aunque el panorama que tenemos desde luego es desolador, mi naturaleza optimista se niega a verlo todo negro, así que me he dedicado a apuntar qué me causa tristeza y qué me permite tener esperanza. El balance finalmente no es tan negativo. Es necesario ponerse las gafas de ver más allá de nuestras narices, es verdad. Y hay muchos motivos para pegarnos coscorrones, pero también se puede ver algo de luz en el horizonte. Bueno, si eres de los que le gusta ver todo negativo, entonces déjate de inventos, pero que sepas que el mundo es de los optimistas.

De mi lista de tristezas, lo que más me ha costado ha sido cribar lo que me causa tristeza de lo que directamente me pone de mala leche. Pero es que hay tantos catetos con estudios que es difícil dar abasto.

Lo primero que me causa tristeza es que aún no sepamos de dónde viene la pandemia, ni tampoco hasta dónde va a llegar. Es triste que una molécula o lo que quiera que sea el bicho, nos haya puesto, cara a cara, con el hecho de que seguimos como en la Edad Media frente a enfermedades desconocidas, y eso a pesar de los numerosos avances y modernidades de las que habíamos sido capaces hasta ahora. Dice el doctor Cavadas que el sida aún no ha sido vencido, y cuando mis neuronas procesaron eso, se me cayó el alma a los pies.

Tristeza es que se desautorice a un médico reconocido mundialmente porque disienta de la autoridad política de turno. Sería bueno entender que, aunque la pandemia haya generado una crisis política sin precedentes, el criterio médico sigue siendo prioritario. Me parece muy triste que con la que está cayendo se continúe filosofando. Perdón por la redundancia.

Tristeza es que muchos sanitarios, y otros trabajadores esenciales estén de baja médica, y que otros aprovechen la coyuntura para irse a donde les paguen un salario digno. Es la constatación de que lo barato sale caro. Y de que cuando maltratas a las personas, pasa eso: que unas se rompen y otras se hartan.

Tristeza es ver cómo esta pandemia nos está poniendo a prueba, y mientras los ciudadanos van dando la talla, los políticos están muy lejos de arrimar el hombro para hacerle frente juntos. Aún no se han dado cuenta de que ésa es la llave.

Tristeza es no saber aún qué parte de la pandemia es cierta, y cuál una tormenta perfecta para según qué cosas. Y que, a pesar del drama sanitario, económico y humanitario que se avecina, haya agendas políticas que no den un paso al lado, y sigan con su plan, pase lo que pase.

Tristeza es que se nos pase por la cabeza que cerrar Madrid pueda ser un acto de estrategia política. Causa tristeza que no dejen al rey de España pisar Cataluña, o que el Gobierno tiemble con un Viva el Rey y no se inmute ante un Gora ETA.

Tristeza es que inhabiliten al payaso de Torra, y que el FC Barcelona, ¡un equipo de fútbol! salga a decir que lo lamenta.

Todo esto me permite constatar que causa tristeza todo lo que viene de nuestra clase política. Es la que hemos votado, así que tiene remedio. Me parece muy positivo que, en cambio, todo lo que me causa esperanza venga del componente humano de la sociedad. De las hormiguitas trabajadoras. Yo sigo convencida de que esta guerra la va a ganar la gente.

Esperanza es que mi hija Cristina se muera de ilusión por llevar termo al cole, a pesar de que eso sea la imagen de cuánto ha cambiado nuestra vida cotidiana.

Esperanza es que se hayan reinventado los juegos en el cole, y hayan vuelto mis juegos de niña: la comba, la rayuela y el elástico.

Esperanza es que a pesar de que la conciliación laboral y el colegio semipresencial sean una carrera de obstáculos, cada día se llegue a la meta. Que los colegios y los profesores corran la misma carrera, pero con obstáculos distintos, y que a pesar de todo, el invento funcione.

Esperanza es la rebelión silenciosa de las familias y de los profesores, que han seguido adelante pese a todo. Haciendo lo que decía Nelson en Trafalgar: que cada cual cumpla con su obligación.

Esperanza es la cantidad de negocios que siguen levantando la persiana cada día. Y que frente a un paro galopante, haya gente vendiendo su cese muy caro. Resistiendo.

Este invierno tendremos que afrontar grandes desafíos, sin duda. Pero cada uno de nosotros representa una razón para ser optimistas. Somos el país de las remontadas.

Ánimo a todos.