Es emocionante ver que las tortugas bobas están empezando a volver a criar en nuestras costas. Las puestas de huevos de tortuga y la suelta realizada esta semana en las playas de Calblanque suponen una excelente noticia, por más que este fenómeno pueda estar relacionado en alguna forma con el calentamiento de las aguas del Mediterráneo.

El caso es que emociona conservar, y, si hace falta, recuperar especies para nuestra región. Ya somos Territorio Tortuga como también somos, por ejemplo, Territorio Buitre Leonado después de que estos bichos estén volviendo a criar en nuestros montes. Ojalá que pronto seamos Territorio Quebrantahuesos y hay hasta hay quien dice que podríamos ser Territorio Lince a poco que nos lo propongamos.

Las buenas noticias sobre la fauna silvestre no terminan de compensar las malas, las de decenas de otras especies que tienen situaciones problemáticas, pero al menos suponen un contrapunto esperanzador.

Las especies que alguna vez estuvieron entre nosotros configuran un reservorio de memoria que merece la pena conservar. Nuestros abuelos, sus padres y los padres de sus padres, sí que pudieron disfrutar de las impactantes imágenes de un mamífero mítico como el lobo y de un ave potente y exagerada, como el quebrantahuesos, que configura una máquina perfecta de volar.

Ahora no tenemos ni lobos ni quebrantahuesos en Murcia. Ni águila imperial, ni foca monje, ni calamón, ni alimoche, ni águila pescadora, ni tantas otras especies de nombres tan sonoros como sugerentes. El siglo XX murciano acabó con ellos.

Existen datos firmes, certezas científicas que informan de cómo en todo el planeta, y también en nuestra propia tierra, se está sufriendo un proceso acelerado de pérdida de especies silvestres y también de razas domésticas de utilidad agrícola y ganadera. Pérdida de genes para el futuro. Pérdida no sólo de belleza sino también de oportunidades económicas y de supervivencia. Pérdida de una relación sana con nuestro entorno.

El problema es que estamos acostumbrados a reconocer el asunto de la extinción de las especies asociándolo a hechos lejanos y espectaculares ante los que todos nos conmovemos, como la belleza anecdótica de los osos panda o la pena que nos daría que se extinguiera el oso polar. Razones éticas y estéticas que sin duda son perfectamente válidas.

Pero la pérdida de la biodiversidad es mucho más. Es el perfecto indicador de que vamos por mal camino, de que nuestra propia calidad de vida irá a medio plazo en declive paralelo al declive de la calidad del ambiente, de que la industria farmacéutica perderá fuentes para nuevos desarrollos, de que decaerán las opciones de futuro para la industria alimentaria, o de que perderemos las oportunidades económicas que se asocian a la biodiversidad, incluidas las del turismo y la contemplación.