Buscaban un modelo de perfección social, cooperativo y justo, en el que hombres y mujeres de todas las clases sociales vivieran en igualdad; soñaban en vivir en paz, en armonía con la naturaleza en una comunidad ideal llamada falansterio, donde primara la solidaridad, la filantropía y el amor.

Charles Fourier, una de las figuras más destacadas del llamado socialismo utópico, fue el primero en establecer la relación entre el papel subalterno de las mujeres en lo social y en lo laboral, relacionando explotación sexual y económica. Para Fourier el grado de libertad de las mujeres es indicador del grado de libertad y de civilización de una sociedad: «Los cambios históricos ocurren gracias al progreso de las mujeres hacia la libertad».

Sin emancipación sexual no había emancipación social, de ahí que defendiera la necesidad de que en los falansterios las mujeres gozaran de libertad sexual e independencia económica, y niños y niñas fuesen educados en igualdad para ocupar un papel activo en la sociedad.

Algunas de estas ideas fueron recogidas por Flora Tristán, a quien muchos autores sitúan cercana al socialismo utópico. Para ella la opresión de clase y la de género estaban vinculadas, y mejorar la situación de las mujeres era mejorar la situación de la clase obrera. Al igual que los fourieristas, pensaba que la sociedad debía basarse en principios igualitarios y cooperativos y que la transformación social debía realizarse pacíficamente.

Desgraciadamente, no todos los socialistas apoyaban la igualdad de los sexos, no era una cuestión prioritaria, y no fue hasta 1910, gracias a Clara Zetkin, que el socialismo europeo incorporó la lucha por la emancipación de la mujer a sus programas políticos y sindicales.

Las ideas de los máximos representantes de los socialistas utópicos llegaron a España, pero las de Fourier destacaron por el número y dispersión geográfica, siendo su principal foco la provincia de Cádiz.

En 1841, un grupo de intelectuales gaditanos se propuso crear un falansterio, una comunidad rural autosuficiente inspirada en las ideas de Fourier. La Comisión de la Diputación Provincial dio el visto bueno al proyecto: «Si el edén de los habitantes fuera posible, solo se encontraría en el sitio que se pretende formar esa población».

Efectivamente, había un sitio, Tempul, un paradisíaco entorno natural cerca de Jerez de la Frontera que contaba con una gran riqueza natural; el sitio ideal para poner en práctica las ideas de ecologismo, cooperativismo y feminismo. Pero, a pesar de tener los planos y el capital, el proyecto acabaría en un cajón, convirtiéndose en una utopía que no pudo ser.

(Mejor suerte correría el proyecto de la Colonia de Santa Eulalia, en la provincia de Alicante, a finales del XIX, promovida por el conde de la Alcudia y por la vizcondesa de Alcira, siguiendo un modelo de otras colonias existentes en Cataluña. Desde su construcción, y hasta 1925, tuvo una gran importancia económica. Durante la República y dentro de la reforma para eliminar referencias religiosas en los topónimos, pasó a llamarse Colonia de Lina Odena, militante comunista que se suicidó al verse acorralada por las tropas fascistas. En la actualidad, Santa Eulalia, se encuentra prácticamente en ruinas, a pesar de estar declarada Bien de Interés Cultural)

Una de las primeras aportaciones del socialismo utópico español a la causa de las mujeres vendría de la mano de Margarita de Morla y Virués, promotora de una tertulia política y literaria, quien prologa en 1841 la obra del fourierista polaco Juan Czinski, El Porvenir de las Mujeres.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el fourierismo gaditano fue rescatado por un grupo de mujeres que, durante una década (1856-1866), fundaron y publicaron hasta cinco periódicos sucesivos, desde El Pensil Gaditano hasta La Buena Nueva. Estas revistas fueron perseguidas por la censura, multadas y obligadas al cierre por romper con los esquemas tradicionales de sumisión y subordinación de las mujeres, por ejercer un oficio de hombres, por situarse al margen de la literatura pedagógica y moralista destinada a las mujeres, por socavar los fundamentos del orden social.

Estaban lideradas por María Josefa Zapata y Margarita Pérez de Celis, escritoras por vocación que nunca consiguieron vivir de sus obras y tuvieron que trabajar de costureras o cigarreras. Ambas se hicieron cargo de la dirección y confección de buena parte de los artículos, traducciones y poesías publicadas. Sus poemas y artículos contenían una crítica a la realidad político-social que pusieron en alerta a las autoridades civiles y eclesiásticas.

Ellas y todas las colaboradoras de los Pensiles, Rosa Butler, Ana María Franco, Joaquina García firmaron con su propio nombre y en sus escritos defendían un modelo de mujer activo, con derecho a trabajar fuera de casa, combatiendo el ideal femenino del ángel del hogar, criticando la institución del matrimonio y abordando el tema tabú de la prostitución.

Fueron más allá de las ideas de los dirigentes del fourierismo español que defendían la incorporación de la mujer a la nueva sociedad como mera transmisora de valores y no como agente de su propia emancipación.

Rosa Marina, en su libro La mujer y la sociedad (1857), reclamaba su derecho como mujer a protestar, a hablar en público para hacer un llamamiento a las mujeres a salir del encierro doméstico y a unirse a la vida activa en lo político y en lo intelectual. Desde una perspectiva sentimental, equiparaba el matrimonio de conveniencia con la prostitución, porque violentaba la libertad de las mujeres. El libro también recordaba la nómina de mujeres que habían destacado en las artes, en el pensamiento, en la religión o en el desempeño del poder a lo largo de los siglos. Su obra es considerada como el primer manifiesto español de planteamientos abiertamente feminista en torno a la condición y los derechos de la mujer.

Estas mujeres, rescatadas recientemente del olvido gracias a los estudios de género, sufrieron durante años una doble marginación, como mujeres y como escritoras, lo que se refleja en las escasas referencias biográficas y su casi total ausencia en los compendios bibliográficos.

Hoy empiezan a ser reconocidas por su labor como propagandistas de unas ideas nuevas, como semillas del cambio futuro.