Es cierto aunque no des crédito. Te he llevado en andas a donde estamos ahora, sobre la cumbre de un castillo de naipes que habéis ayudado a levantar entre todos bajo mi suprema dirección. De tan rápido dirías que te he traído volando. No hagas caso de los vientos cruzados chocando en la cima, no has venido hasta aquí para mostrarte ahora un cobarde. Fíjate bien en cuanto ves desde estas elevadas cumbres, el mundo es un escabel para tus pies, lejano, aparentemente tan minúsculo y tan pequeño que todo parece una ilusión ante tus ojos, quizá me oigas decirte: «Todo esto te daré si bajando un poco la mirada me muestras respeto». Visto desde aquí todo parece un preciso mecanismo de relojería, su tic-tac es como el pulso con el que late el mundo.

Estás sobre una gran obra levantada con las cartas pintorescas y coloridas, de la baraja española, póker clásico o baraja alemana. Coloridos reyes, jinetes, portadores de bastos, espadas, bellotas, campanas, corazones, tréboles y rombos que han sacrificado sus colores, señal de obediencia hacia mí, para orientarlos hacia abajo y darle al magnifico castillo la imagen homogénea, rectilínea, que os hipnotiza a todos.

Una maravillosa formación alveolar de cartas que para desplegarse en el orden geométrico que ahora contemplas debieron arrasar con todo para gozar de una superficie plana, sin accidentes, sin rugosidades, sin nada que te turbara con recuerdos o pensamientos pasados, ni mucho menos conciencia o historia, nada que pudiera distraerte del gran monumento que estabas levantando.

Lentamente se dispuso una sucesión de cartas en uve invertida, sobre su vértice se depositó otra hilera que sirviera de base, igualmente estable, en la que levantar otro módulo de cartas para formar una nueva uve invertida y sobre la que disponer otro módulo en un progreso vertical limitado tan solo por la destreza de tus manos y por la disponibilidad de cartas. Gracias a este juego combinado de tensión y equilibrio que los abuelos de tus abuelos aprendieron de mí en la antigua Babel, puedo ofrecerte algún incentivo a tu miserable vida. Estás sobre un castillo de naipes que se mantiene combinando fuerzas contrarias, situado en la cumbre, absorto con el horizonte de un mundo en perpetuo movimiento.

El temblor de tierra más leve echará abajo el edificio para enviarte al abismo. A no ser, insisto, en que bajando la mirada ante mí, me sirvas.