Una cruz es un símbolo, y como todos, del abuso acaba desgastado. Cuando un símbolo ya no remite a la realidad simbolizada se convierte en un instrumento resignificado al servicio de la comunidad que lo utiliza. La cruz, en su origen, es un instrumento de tortura y ejecución para obtener el sometimiento de los pueblos subyugados por parte del Imperio romano. Los romanos lo utilizaron profusamente contra los pueblos colonizados como medio de atemorizar. Como bien lo expresó Tácito: «[los romanos] a robar, degollar y rapiñar llaman con falso nombre imperio, y paz a causar la destrucción» ( Agricola, 30). La cruz les servía para causar pavor entre las poblaciones sometidas y ese fue el significado inicial entre los primeros cristianos. La frase evangélica «el que quiera seguirme que tome su cruz y me siga» está directamente vinculada a la experiencia de sufrimiento que conlleva oponerse al Imperio, como hizo el mismo Jesús. Cualquier seguidor suyo debe estar dispuesto a cargar con las consecuencias de su oposición al Imperio. Por eso, Pablo llama a la cruz necedad para los gentiles, locura para los judíos. Ni unos ni otros podían entender el significado de la cruz.

Con el paso de los siglos, cuando el cristianismo muta en religión oficial del Imperio contra el que surgió, la cruz será resignificada y su valor espiritualizado. De encarnar el compromiso de las víctimas y su vindicación pasa a representar la inmensidad de la rebelión de los hombres contra Dios que hubo de sacrificar a su propio Hijo para saldar la deuda. La Edad Media cristiana y los comienzos de la Modernidad serán la expresión acabada de esta perversión histórica del significado de la cruz. Los reinos cristianos llevarán como emblema este signo en sus conquistas. Se levantarán cruces enormes para conmemorar victorias militares y legitimar la barbarie criminal contra otros pueblos o contra los propios, acusados de infieles o herejes. La Cruz, por desgracia, se levantará como un signo contra la fraternidad y la mansedumbre que predicara aquel que la sufrió en su propio cuerpo.

Llegados a este punto, si la Cruz, cualquiera que sea, no es un signo de sacrificio por la comunidad o un exponente del sufrimiento que se entrega por amor a los demás; si es utilizada por un grupo contra otro; si divide en lugar de unir; si en lugar de ser enseña levantada ante las naciones para que vean el compromiso de los cristianos con la fraternidad universal, se torna ariete contra los oponentes, si esto es así, llegado el momento sería mejor renunciar a ese signo. No podemos permitir, como dijera algún filósofo, que la cruz y la espada proyecten la misma sombra. La Cruz, para los cristianos, es el límite del significado de una vida comprometida, por eso, parafraseando las reflexiones de Zubiri sobre la realidad, debes hacernos cargo de la Cruz, encargarnos de su significado y cargar con ella, nunca cargar a otros con ella.