Hace algo menos de diez años un grupo de estudiantes de la Universidad de Murcia dejó de resignarse a serlo. Pero antes de hablar de ellos, empecemos por el principio.

Nuestras instituciones educativas son de reconocido prestigio en el ámbito académico en muchas disciplinas, pero no nos hagamos trampas al solitario. Buscar trabajo fuera de la Región con un título de la UMU, la UPCT o la UCAM es hacerlo, a ojos de muchos empleadores, con el título de una Universidad de provincias y todos los perjuicios que se achacan a ellas.

Que esto es injusto huelga decirlo. Aquí hay profesionales académicos, investigadores y alumnos al menos tan brillantes como los de la media de cualquier centro de Madrid o Barcelona. Pero con el mismo escepticismo con el que trataríamos a un licenciado en economía por la Universidad de Huelva o a un licenciado en Derecho por la Universidad de Burgos, en el resto de España hay muchísimas personas que creen que nuestros títulos universitarios los regalan en una tómbola barata de pueblo de mala muerte.

Para rebatir este mantra es inútil mostrar el número de artículos publicados en revistas de prestigio o incluso la empleabilidad de los graduados de nuestras Universidades. Los prejuicios sólo se rebaten a través de la experiencia empírica, y para ello es imprescindible exportar talento murciano más allá de las fronteras de Lorca y Yecla.

Los estudiantes de los que hablaba al principio eran conscientes de esta realidad. Sabían que estudiaban como los que más, que su formación era tan completa como cabía esperar y que, a pesar de lo anterior, con independencia de su esfuerzo siempre se les iba a juzgar por llevar consigo una marca sin demasiado prestigio ante aquellos que lo desconocen todo de nosotros. Esos que, por cierto y por desgracia, son mayoría al cruzar a Castilla-La Mancha.

Este grupo de alumnos, fundadores del Club de Debate de la Universidad de Murcia, emprendió una batalla por su futuro a contracorriente de casi todo el mundo. De todos los profesores menos uno, que se dispuso a ayudar; de todos los estudiantes menos ellos, que les ignoraban; y de todo el claustro universitario, que como recurso económico para pervivir les permitía usar un aula para practicar. Y eso, por supuesto, dando las gracias como si el esfuerzo hubiera sido ingente.

Desde que hace casi diez años un grupo de estudiantes de la Universidad de Murcia decidiera gastar parte de su beca, ahorros, salario en ir a competir por toda España en ese noble arte que es debatir, a nuestra Región se le respeta un poco más fuera.

Nosotros, los que no teníamos ni un euro para pagar una inscripción de torneo (ya no hablemos de transporte o alojamiento), los que no teníamos ni formador ni mentor, los que aprendíamos con YouTube, somos aquellos a los que las Universidades de mayor prestigio del mundo entero han visto llegar a una final de campeonato mundial. Somos los que, a pesar de las instituciones y los prejuicios, formamos oleadas de estudiantes que recorren España explicando que en Murcia si de algo vamos sobrados es de talento y pasión por ganar.

Hace casi diez años unos locos empezaron a enseñarle al mundo que en Murcia sólo sabemos mirar de tú a tú. Gracias a ellos, ojalá hubiéramos aprendido los demás.