El vicepresidente del Gobierno de España, Pablo Iglesias, parece vivir en un mundo cuya única realidad, para él, es la proclamación de la república, como si este país, en el que él forma parte del Gobierno, no estuviese inmerso, con la pandemia que nos azota, en la mayor catástrofe vivida desde la terrible Guerra Civil, y lo que ésta significó de destrucción y de enfrentamiento cainita.

Pero no, está tan obsesionado con ser el artífice de la llegada a nuestro país de la III República (Iglesias pregona la vocación republicana de Podemos frente a, según él, un PSOE monárquico), que desde su llegada al Gobierno, un día sí y otro también, lejos de preocuparse de sus competencias, si es que tiene algunas dentro del Ejecutivo, dedica su tiempo, aparte de a ver todas las series del mundo (el vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030 tiene la costumbre de recomendar series, entre las que se encuentran Baron Noir, Vikingos y Succession), a ir sembrando en la mente de los ciudadanos la idea de la necesidad del advenimiento de otra república. Porque a eso es a lo que aspira, a pasar a la historia de este país, no como el vicepresidente con poco que hacer y mucho que hablar, y sí como el salvador de la 'opresión' de las comunidades independentistas, como puso de relieve el pasado sábado en un acto en el que defendió la necesidad de avanzar hacia una 'nueva república' que reconozca la plurinacionalidad de España, con una organización 'más federal, más confederal', ya que, «creo que trabajar y construir alianzas para avanzar hasta el horizonte republicano tiene que ser una de las tareas políticas de Podemos en los próximos años». Sí, esto lo decía el vicepresidente de un Gobierno donde el Jefe del Estado es el Rey, dando una muestra de deslealtad absoluta.

Pablo Iglesias está inmerso en un juego peligroso. Va dejando caer sus ensoñaciones, de vez en vez, en los más diversos actos, y al parecer no produce escándalo en la sociedad. Como si lo que dice no llevase una peligrosa carga de profundidad que puede explotar en cualquier momento, que es lo que el querría, porque cuando este hombre habla de la gran conspiración urdida por Vox y PP (no olvidemos que también acusó en el Parlamento a Teodoro García Egea, de estar alentando una 'insubordinación' de la Guardia Civil) solo pretende intoxicar al señalar la amenaza de la extrema derecha en una maniobra de distracción de su defensa de Bildu, de ERC, de todos aquellos que se niegan la palabra España, como le ocurre a él.

No, todo esto no son simples salidas de tono del señor vicepresidente, es una planificación sistemática para subvertir el orden constitucional de este país, porque su discurso es también el de su compañera de partido y de vida, la ministra de Igualdad, Irene Montero, que días atrás proclamaba en TVE que la derecha llevaba «semanas llamando a la insubordinación del Ejército».

Iglesias se está impacientando, y ante la posibilidad de un adelanto de las elecciones, y teniendo en cuenta que su formación política no sale muy bien librada en las encuestas, está poniendo en cuestión el modelo de Estado que nos dimos todos los españoles, pretendiendo que el CIS incluya una pregunta sobre la monarquía y abriendo un debate sobre la institución, que en la sociedad española no existe. Propuesta que ya hizo la vicepresidenta tercera del Congreso y diputada de Unidas Podemos, Gloria Elizo, al pedir «un referéndum sobre la Corona y la abdicación de Felipe VI».

¿De verdad este país no tiene otros problemas? ¿De verdad la gran preocupación de los españoles es someter a referéndum lo de monarquía o república? Yo creo que sus antiguos vecinos de Vallecas están, ahora, en otras cosas. Sí, es muy nocivo dejarse arrastrar por las obsesiones, e Iglesias está peligrosamente obsesionado.