ivía en Pekín y fui testigo de la sorpresa y confusión de los altos miembros del Partido Comunista cuando Xi Jinping anunció en 2013 la Nueva Ruta de la Seda ( One Belt, One Road Initiative, en inglés). Era un concepto nuevo que rompía con los seiscientos años de aislamiento de China durante los imperios Ming, Qing, y la era comunista buscando paralelismo con la China comerciante del primer milenio, especialmente con el imperio Tang. Xi comprendió que China no podía seguir encerrada en sí misma y que, abierta al exterior como estaba por su comercio, debía rebasar concepciones caducas y situarse en el tablero internacional. Su abultado saldo acreedor con el mundo aconsejaba utilizar estos fondos para posicionar sus empresas y no ser solo la fábrica del mundo.

En China las ideas muy prácticas se envuelven con formulaciones poéticas. Así Xi siguió la estela de El Gran Salto Adelante, Las Cien Flores, La Revolución Cultural y utilizó el término de La Ruta de la Seda que está unido al comercio hacia el Oeste, camino por el que durante siglos circularon mercancías preciosas chinas hacia los mercados de Asia Central, Oriente Medio y Europa y por la que transitó Marco Polo.

Pero centrémonos en los hechos prácticos. El presidente Xi miró al Este y vio problemas: Japón, Corea, la omnipresencia americana en el Pacífico y prefirió mirar en la otra dirección donde había petróleo, materias primas que necesitaba y al final Europa, el mayor mercado del mundo, vital para China.

En este empuje hacia el Oeste, desarrollaría ahora la China del interior, subdesarrollada y postergada por Deng Xiaoping que primó a la costa industriosa para despegar y crear la China de hoy. Así Xi descongestionaría ciudades como Shanghái, Cantón, Shenzhen, Tianjin y otras cincuenta más. Por otro lado, no podía seguir construyendo en China más autopistas, aeropuertos, puentes, y kilómetros de AVE (en este momento creo que es el país con más modernas infraestructuras del mundo), pues cuando la economía se estanca el Gobierno financia obras públicas para sostener el crecimiento del país y así ha sorteado las últimas crisis con éxito. Además, los grandes conglomerados industriales públicos (SOE), auténticas empresa zombies desconectadas de la demanda del mercado, producían acero y cemento a toda máquina y China no lo podía absorber.

¿Qué hacer? Venderlo al exterior para que las empresas chinas hagan en otros países lo que ellas saben hacer bien: construir obras públicas, con dinero chino pero que los países receptores devolverían con materias primas o lo que fuese. China se convertiría en prestamista. Sería como un enorme plan para dar créditos a terceros para obtener contratos para las empresas constructoras y suministradoras chinas. Nunca fue otro Plan Marshall puesto que todo está ligado a China.

La facilidad de concesión, sin los recovecos tecnicistas de los Bancos de Desarrollo (Banco Asiático, Banco Africano?), su desinterés por los derechos humanos que impone Europa a los países receptores de su ayuda, la ausencia de límites geográficos y la eficiencia de las empresas chinas que terminaban los proyectos en plazo le ha dado un gran impacto y una inmediata reacción de celos de EE UU que ya puso toda su fuerza para impedir esta iniciativa, sin éxito.

La Nueva Ruta de la Seda no es un proyecto o un plan, es una etiqueta para describir la apertura al exterior de China. Todo cabe, desde infraestructuras a la cultura, de la energía a la irrigación, de la educación a los embalses. Las cifras barajadas son de vértigo pero siempre aconsejo prudencia pues no es lo mismo lo anunciado a bombo y platillo que lo desembolsado. China reclama que ha desembolsado más de 50.000 millones de dólares, pero la cifra real parece que ronda los 32.000. Sin embargo, para muchos países la deuda con China supera ya el 50% de su deuda total: Pakistán, Laos, Sri Lanka, Kirguistán, Maldivas, Mongolia, Yibuti? atándolos así a la órbita política de Pekín, y esto ha hecho que muchos otros se replanteen la oportunidad de endeudarse con China. También surgieron noticias sobre el desprecio al empleo local ya que normalmente son trabajadores chinos los que ejecutan el proyecto, su rapacidad y destrozo al medio ambiente, pero el hecho es que los trenes en África ruedan, los puertos funcionan, las centrales emiten electricidad convirtiendo a China en un jugador mundial de primer orden que es lo que buscaba esta iniciativa: hacer presente a China en distintos países fuera de su entorno inmediato.

Xi Jinping ha organizado conferencias internacionales para dar eco a su iniciativa, pero tienen poco contenido y pretenden sobre todo hacerse la foto rodeado de los dirigentes mundiales muy a tenor de la concepción imperial tradicional de China como el País del Centro. España no se enfrentó a la iniciativa como pretendía encarecidamente EE UU, sino que puso una condición que el mecanismo estuviera abierto a empresas españolas y no exclusivamente ligado a empresas chinas como hasta ahora, cuestión que está por ver todavía.

Desconocemos cuál será el recorrido de la Nueva Ruta de la Seda, pero está claro que ya ha situado a China fuera de sus fronteras, sin el beneplácito de EE UU, con ánimo de quedarse ahí y convertirse en un irritante más en el pulso con EE UU, esta rivalidad apasionante que será partitura diplomática en las próximas décadas.