Me abruma pensar el trabajo que se han echado encima los / las responsables del ministerio de la Igualdad al considerar como conductas sancionables las miradas, las bromas y las insinuaciones referidas a las mujeres. Por de pronto tendrán que depurar buena parte del arte donde abundan ejemplos de estos comportamientos calificados como vitandos por esas señoras encargadas de la ortografía de las nimiedades.

La verdad es que está bien consumir el tiempo en bobadas. Con la edad y las malas artes que trae consigo se aprende (yo al menos he aprendido) que en un ministerio cuantos más asuntos superfluos se aborden, mejor, menos se dedicarán a molestar y eso que sale ganando el vecindario.

Ya hace tiempo que se suprimieron los piropos pero esto lo asumimos con benevolencia porque el piropo fue siempre el telegrama de la galantería. Y muerto el telegrama, muerto el piropo.

Sin embargo, lo de ahora es distinto. Por eso yo me acuso de haber dirigido miradas a mujeres jarifas, de haber sido mirón, espectador afortunado de señoras de formas divinas y de entendederas ingeniosas, también de haberme asomado a las atalayas en las que la recompensa consistía precisamente en disfrutar de estas visiones lujosas y otros presagios favorables. He puesto en esas miradas mías un embeleso tan solitario como anhelante. En muchas ocasiones han acabado, ay, en agonías angustiosas pero en otras se han trocado en delicias bien nutridas y en horas dulces que siempre me parecieron cruelmente breves.

Yo me acuso también de haber hecho bromas sutiles sobre las mujeres, consciente de que el humor es el ungüento mirífico que aplican los hombres y las mujeres inteligentes a los afanes diarios pues (a ver si lo entendemos de una vez) el humor es la musa del desenfado, la bombilla que llena el aire de luces burlescas, que da esperanza al enfermo y libera de sus pesadillas al atribulado. El humor es lo que más odian los censores y los perseguidores de la espontaneidad, los anémicos y escorbúticos de talento, los finchados de normas opacas y de reglamentos. Humor se escribe con ‘r’ de rebelde y quien no practica el humor es un desdichado que arrasta agachada su personalidad. O un alto cargo / a del ministerio de Igualdad.

Y claro es que me acuso de haber hecho insinuaciones picantes porque es la insinuación el apunte ligero, la mañosa introducción en el ánimo de alguien para ganar «su gracia y afecto» (DRAE), la insinuación es la forma de expresarse las personas sutiles, imaginativas, chispeantes, virtuosamente maliciosas, inocuamente traviesas. También es la insinuación «el deseo de relaciones amorosas» (de nuevo el DRAE). Pues ¿qué? ¿nos vamos a comportar, cuando ardemos en deseos, como una lava hirviente que todo lo atropella? ¿eso es lo que ambicionan las del ministerio? ¿que nos brillen los ojos, que se nos desparramen los gestos lascivos? ¿no es mejor el breve lucero fantaseador de la insinuación?

Lo prudente es, pues, no hacer caso a las amenazas proferidas por esas señoras tan inquisidoras como insípidas.

Porque lo que desde luego no vamos a hacer es mirar al ministerio de Igualdad, bromearle o insinuarnos con él. ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¿Qué se han creído los seres sombríos que lo habitan?