Una de las claves del cristianismo desde sus comienzos fue el hecho de reunirse en grupo, al caer la tarde, para celebrar una cena (el deipnon griego), probablemente la única comida de verdad del día para la mayoría de los cristianos. En esa comida se compartía lo que se tenía, pero también las vivencias y las preocupaciones. Una tradición que Pablo dice haber recibido nos muestra que ya había un rito establecido para celebrar aquella cena y que ciertas palabras se decían sobre la copa y sobre el pan, los probables únicos alimentos en muchas de aquellas reuniones de grupos subalternos sociales. Aquellas palabras suponían una bendición sobre los dones y la necesidad del recuerdo de quien se expresó en términos de identificación con los bienes producidos por la naturaleza y el esfuerzo humano. «Haced esto en memoria mía» no significó en sus comienzos una simple repetición ritual de un gesto y unas palabras. El significado real y profundo es, más que hacer, re-haced, volved a hacer lo que yo he realizado con mi vida y mi compromiso. Eso es lo que significan esas palabras y la rememoración de los hechos que vivió Jesús de Nazaret.

Sin embargo, la experiencia creyente al uso, sobre todo la que podemos vivir en las eucaristías tras la involución posconciliar, se asemeja más a una repetición mimética al estilo de los ritos paganos, donde los hombres buscan la imitación de los hechos arcaicos que los dioses realizaron in illo tempore, cuando la creación del mundo y de los hombres. Para muchos, solo la repetición exacta de la fórmula y unos gestos medidos, solemnes, casi teatrales, donde el liturgo se transmuta en un mediador que es capaz de traer la divinidad a la comunidad, sería vivir la Eucaristía. Para estos, cuya experiencia religiosa estaría bajo las reflexiones freudianas, la Eucaristía es un momento mítico de reconstrucción de los hechos fundadores, en el que volvemos a experimentar la muerte y resurrección de manera individual, de modo que solo esta experiencia puede redimir el pecado de nuestra separación culpable de la divinidad.

Cuando los primeros grupos cristianos vivían la Eucaristía lo hacían como un proyecto comunitario de experiencia salvadora. En medio de la comunidad reunida se vivía la experiencia del Espíritu que permitía volver a vivir aquello que Jesús compartió hasta el extremo de entregar su vida. La vida de Jesús, su muerte por el compromiso por el Reino y la experiencia de la justicia divina por medio de la resurrección vivida en la comunidad son los elementos que la comunidad congregada es capaz de vivir todos los días. Es lo que la fortalece ante la persecución o el odio, ante las carencias y los sufrimientos. La Iglesia, así vivida, se convierte en un instrumento de la construcción de un mundo justo y de hermandad, no en un bastión defensivo para proteger los propios intereses, como por desgracia podemos ver en algunas expresiones del cristianismo actual.