O para decirlo más crudamente: una pesadilla de edificio que identificará Murcia por los restos de los restos. Eso es lo que nos ha construido el Grupo Orenes en la entrada de Murcia, sin pedirnos opinión a los ciudadanos que vamos a tener que contemplarlo en todo su esplendor cada día que sale el sol yendo a nuestro trabajo. Supongo que nos sugerirá noches de farra con señoras enjoyadas y nuevos ricos forrados que no encuentran mejor uso para su dinero recién estrenado que jugárselo a la ruleta.

A propósito del juego, recuerdo un estudio del que se hizo eco The Economist hace unos años, que ligaba la adicción al juego con las malas notas en matemáticas de los adictos en su época escolar. Porque solo alguien tan ignorante de las probabilidades estadísticas es capaz de jugarse los cuartos para acabar perdiendo en una noche hasta la camisa. A eso del juego se dedica el Grupo Orenes de Murcia con mucho éxito, por cierto, lo cual es encomiable en cualquier actividad económica legal. Yo por mi parte me considero objetor fiscal; ni fumo, ni bebo, ni juego, y evito últimamente el coche lo más posible, para no pagar los impuestos especiales sobre el tabaco, el alcohol, los juegos de azar y la gasolina. Pero creo que una cosa es sacarle la pasta a los jugadores (sarna con gusto no pica) y otra plantarnos una cosa así en la entrada de Murcia. Eso sí que no nos lo merecíamos.

Dice en una entrevista su arquitecto, Manuel Clavel, que recorrió Europa buscando fuentes de inspiración para su obra y que la había encontrado en la arquitectura clásica. De esa afirmación del arquitecto deberíamos haber esperado que el resultado final se pareciera más a un Moneo, con su espléndida serie de edificios inspirados, estos sí, en la arquitectura griega o romana. Pero, aparte del nombre, no aprecio yo los detalles arquitectónicos sobrios y racionales característicos de la arquitectura de inspiración clásica. Más bien veo como tubos de un órgano invertido contemplados por un conejo hipertrofiado que recuerda al desorientado protagonista del inicio en Alicia en el País de las Maravillas. Si entiendo la metáfora, las personas que acudan al Odiseo verán recompensado su atrevimiento con la experiencia de múltiples alucinaciones más allá del espejo. Una de las principales es que van a salir de allí con más dinero del que llevaban al entrar. Eso sí que es vivir en el país de las maravillas.

También es mala suerte que nuestras dos grandes ciudades regionales (Murcia y Cartagena) hayan sido 'bendecidas' por el afán creativo de dos arquitectos que, como decía un célebre profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid, deberían salir de su casa todos los días perfectamente preparados para recibir un homenaje. Porque si lo del Odiseo es una fantasía arquitectónica, lo del gótico gaudiano tardío de la Asamblea Regional de Murcia en Cartagena no tiene nada que envidiarle. Hay que reconocer que la ciudadanía de Cartagena ha acabado asumiendo el estrambótico edificio como símbolo identitario de la ciudad departamental. Probablemente acabará sucediendo lo mismo con el Odiseo con respecto a Murcia. Parafraseando al fundador de Wal Mart con relación a los estadounidenses, «nadie se ha arruinado subestimando el buen gusto de los murcianos».

Sobrepasando el papel del arquitecto convencional (aquel que se parapeta en su obra y protege su privacidad) el arquitecto del Odiseo ha permitido montar la campaña de comunicación del nuevo local de juego y ocio en base a la promoción en redes sociales de un vídeo con su hazaña personal en forma de baño en la piscina suspendida del edificio. Por lo visto, dice en su página de Facebook, es tradición que los arquitectos de las piscinas voladizas las inauguren, aunque esa explicación parece más bien un recurso de storytelling de un redactor de contenidos para redes sociales. El caso es que el vídeo ha sido todo un éxito con medio millón de visualizaciones. Yo no lo pude ver completo, debido al vértigo innato que me producen las alturas y a que ver tiritar de frío a un arquitecto semidesnudo no es un espectáculo agradable en ningún caso.

No sé qué autoridad municipal en concreto es responsable de la odisea urbanística del Odiseo. Me costaría creer que haya sido el alcalde actual, José Ballesta, porque no me cuadra con su personalidad circunspecta y con su elegante estilo casi decimonónico. El hecho es que está ahí. Es cierto que la capital mundial del juego, Las Vegas, no se distingue precisamente por el buen gusto de sus casinos, más bien todo lo contrario. Pero Las Vegas son Las Vegas y Murcia se hubiera merecido algo diferente. No digo yo que el Guggenheim, las Torres inclinadas de la Plaza de Castilla en Madrid o la Ciudad de las Ciencias en Valencia, pero al menos el casino de Estoril, ejemplo, este sí, de sobriedad arquitectónica de inspiración clásica. Resulta paradójico que el propietario del casino de Estoril sea un chino de Macao, y que el casino de Murcia tengan rasgos decorativos más propios de un restaurante chino, sobre todo con la sobrepasada iluminación nocturna.

Aunque, pensándolo bien, otra opción sería convertir Murcia en Las Vegas del Mediterráneo. Podríamos continuar por construir frente al Odiseo un enorme lupanar. De hecho, lo que más recuerdo de mis esporádicas estancias en Las Vegas por motivos profesionales, aparte de gente con los ojos vidriosos jugando en las tragaperras a la cuatro de la mañana, era la apertura simultánea de varias puertas de ascensores que evacuaban espléndidas mujeres recién ejercida su sufrida profesión de trabajadoras del sexo en los cuartos de algunos huéspedes. Esos que se toman literalmente lo de que «lo que sucede en Las Vegas, se queda en Las Vegas». A no ser que te arruines en el blackjack, claro, que eso siempre se nota un poco al volver a casa.

Esta misma semana, el ministro Alberto Garzón se ha reunido con distintas asociaciones cuyo objetivo es la prevención de la ludopatía para analizar el fenómeno de que existan diecisiete registros autonómicos de ludópatas, lo que facilita que los adictos al juego traspasen sin obstáculo los límites regionales. Las asociaciones reclaman un registro único que puedan consultar los encargados de franquear el acceso a los visitantes de los casinos o bingos, impidiendo así el trasiego geográfico de ludópatas.

Lo que da idea de lo dramática que puede llegar a ser la adicción es que el denunciante de la ludopatía suele ser a menudo el propio jugador, con el fin de salvar a su familia de los fatales efectos de su adicción. Como diría el cásico: ¡O tempora, o mores!