En Úbeda existe una tradición alfarera centenaria y una familia popular que ha llevado el barro al terreno del arte. Juan Martínez Villacañas (Tito) fue su patriarca, y en el taller de su hijo Paco Tito se pueden contemplar piezas dignas de la escultura en mármol. Paco trabaja por vía de porre, que decía Leonardo: agrega y suma barro para dar a su obra el volumen deseado.

Entre estas piezas hay una que llamó poderosamente nuestra atención: la paridera. Colocada en el catálogo, Memoria de lo cotidiano, como uno más de los objetos de dormitorio (junto al water antiguo de sifón, el bacín, la bacinilla y la escupidera), la paridera era un objeto que servía para ayudar a dar a luz a las mujeres. Durante el parto, la parturienta se sentaba en una especie de maceta grande en la que se había sustraído un frontal para que la comadrona pudiese operar cómodamente a través de él y observar así el alumbramiento. Para mejorar la visibilidad y el manejo del bebé y de la madre, la paridera se colocaba sobre una mesa camilla, y sobre ella se sentaba la mujer.

Las primeras parideras vienen de los pueblos íberos que vivieron en el Alto Guadalquivir entre los siglos VII al I a. de C. Para Juan Pablo Tito, nieto del fundador de la dinastía, la 'paridera' se une a lo más ancestral y utilitario de la alfarería, y está dotada de un discurso poético y reivindicativo completamente actual. Se trata de un útil creado para auxiliar a las mujeres en el parto, fabricado en muchos puntos de la geografía cerámica española, afirma, que fue utilizado hasta mediados del siglo XX fundamentalmente en las zonas rurales, pues ofrece un soporte idóneo para mostrar, en palabras del alfarero, «la voluntad de servicio de la cerámica popular y a la vez reflexionar sobre el hecho existencial del nacimiento y el control del mismo, arrebatado a las mujeres desde una medicina patriarcal institucionalizada e institucionalizadora».

Cuando en marzo de 2019 el taller participó con esta pieza en el Madrid Design Festival (MDF), defendía que «la 'paridera' habla de la vinculación del ser humano con el barro desde su primer acto, el nacimiento, y de la sensibilidad del oficio alfarero para intentar mejorar cualquier actividad de las esenciales para nuestra especie: nacer, beber, comer, sanar y morir. La 'paridera' reclama el control por parte de las mujeres de aquello que solo ellas pueden y saben hacer: parir», convirtiéndose así en «un auténtico manifiesto de lo que deben significar las artes populares y de la defensa de los derechos que todo ser humano tiene sobre su propio cuerpo», reivindicaba.

Nos sorprende que no hayamos conocido hasta ahora una pieza tan original como esta, y nos hace recordar la quema de brujas, la persecución de las mujeres sabias que tenían conocimiento de hierbas y de medicina, de las que Paracelso, considerado el padre de la farmacología moderna, en el siglo XVI, confesaba haber aprendido mucho. Durante la Edad Media, el saber sobre las hierbas medicinales que ejercían las mujeres versaba sobre todos los campos de la salud, pero fue desapareciendo por la condena eclesiástica y la progresiva inquisitorialización de la medicina, que persiguió los focos de cultura farmacológica ajenos a ella y profesionalizó la profesión, arrebatando el poder a las comadronas.

En su libro Calibán y la bruja, Silvia Federici se preguntaba por qué ha merecido tan poco interés para los historiadores la caza de brujas, el asesinato de miles de mujeres en Europa y América; es más, ¿por qué se produjo esta matanza? Y va aún más allá: ¿cómo es que hubo tan poca respuesta por parte de los hombres, de los contemporáneos de estas mujeres?

Las mujeres, que en la Edad Media tenían cierto poder, se resistían a la explosión capitalista que comenzó con la colonización y el desarrollo consiguiente, protagonizada por la clase dominante europea. Para Federici, la quema de brujas fue un ataque a las mujeres por su resistencia a la difusión de las ideas capitalistas y por el poder que habían logrado gracias a su sexualidad, al control de la reproducción y a su capacidad de curar, devolviéndolas al espacio de lo doméstico e impidiendo su acceso a la escritura y a las universidades.

La humilde paridera nos remite a los tiempos en los que las mujeres controlaban el saber sobre el cuerpo, un saber que, por suerte, las mujeres han reconquistado, siendo hoy la medicina una de las profesiones más feminizadas: el 66,8% de los diplomados en medicina en el año 2019 eran mujeres, el 67,5% en el 2018. Esperemos que, poco a poco, su incorporación traiga consigo formas más humanizadas de tratamiento.