El ser humano apareció en la tierra hace unos 200.000 años, año arriba año abajo (el sapiens, unos 150.000), y la edad geológica de la tierra se calcula en unos 4.500 millones de años, milenio arriba, milenio abajo, un tiempo que se empleó en hacer nacer la vida de los mares y que poblara la tierra, hasta desembocar en el hombre? y la mujer, claro, y la mujer. Vale. Pero hace 6.000 millones de años, millón arriba, millón abajo, era tal el caos (aparente) reinante, y tal el batiburrillo de elementos (elementales) químicos que había en la infinidad e informidad de lo inexistente, que la probabilidad de que se mezclaran dos de ellos para formar el primer átomo de lo que se puede considerar materia, era prácticamente imposible, casi nula. El cálculo de posibilidades era tan abismal como incalculable. Tanto, que ni siquiera el azar resulta admisible. Y, sin embargo, y a pesar de todo ¡plaff! se produjo el ¿milagro?, y un par de partículas infinitesimales de aquel vasto infinito (valga la redundancia) se juntaron para crear de ahí toda vida y existencia. Desde luego, no resulta razonable, salvo, claro, que esa casualidad fuera precedida por la causalidad. Entonces, se explica la famosa frase de Einstein de que «Dios no juega a los dados».

La otra cuestión que a mí siempre me ha llamado la atención es tan inmenso caudal de tiempo (el Bing Bang de Hawkings del que salió esa sopa de componentes primigenios se calcula que ocurrió hace 14.000 millones de años) para, en el último minuto, o segundo, de esa cuasi-eternidad, hacer aparición el ser humano, como la culminación de todo el proceso. No sabemos si como destinatario de todo el plan, o como elemento participativo, o modificativo del mismo, o quizá como elemento disolvente de ese primer plan, como agente entrópico, para cambiar, o liquidar, toda esa realidad. Esto habrá que verlo, y tampoco queda mucho para ello. Sabemos que la entropía es el movimiento natural del universo, y nosotros somos especialistas en cargarnos todo lo que cae en nuestras manos, a pesar de ser los últimos piojos nacidos aquí. Pero sigue siendo un misterio para mí taaanta preparación para tan joven y destructivo bicho.

Algo tiene que tener el agua cuando la bendicen, se aplica el refrán. Así que si nosotros somos el propósito de todo esto, algo se nos tenía que haber comunicado de algún modo, ¿no? Si la causa de esa causalidad es Dios, ¿dónde buscar su folleto de instrucciones? En las religiones, leshes, se me indicará. Y pienso que será en el principio de esas religiones, no en lo adulterado de las mismas en la actualidad. Hoy se encuentra más en la ciencia, pero veamos: apenas 350 años después de Cristo, el Concilio de Nicea escogió, modificó y adaptó unos evangelios que fueron escritos dos y trescientos años después de su muerte, en griego, a un canon dirigido a su exclusiva intención de clase sacerdotal (de ahí canónicos), apartando los menos manipulables a sus intereses (apócrifos), y persiguiendo y destruyendo a los más orginales, del tiempo de Jesús o del siglo I, escritos en arameo, la lengua vernácula del Maestro y sus discípulos. Afortunadamente, algunos de esos evangelios (gnósticos) aparecieron en los años de 1.940 en Nagg Hammadí (Egipto). Uno de ellos está atribuído al mismísimo Jesucristo, y es una especie de testamento dictado, se piensa que en lo que pudo ser la llamada Última Cena. En uno de los fragmentos descifrados, reza: «Y cuando me busquéis, no lo hagáis en templo alguno [el concepto de iglesia no existía en arameo, es griego, y viene de ecclesia], sino en vuestro interior, buscad dentro de vosotros y alrededor vuestro. Partid un leño, y allí estaré, levantad una piedra, y allí me encontraréis».

Naturalmente, la Católica niega con rotundidad la validez de tales evangelios, los oculta y los combate con toda su fuerza, con toda su alma y con todas sus armas. Es lógico. Si los reconociese tendría que disolverse y cerrar el negocio. Le está quitando todo el poder que la Iglesia ha acumulado y se ha arrogado durante 1.800 años a base de dogmas, y que no le corresponde, porque ellos no son más intérpretes y representantes de Dios en la tierra que cualquier ser humano y cuanto le rodea. Lo volvió a recordar en Getsemaní: «Cuando oréis, no buscad al Padre fuera, buscadlo en vuestro interior». Pero la clave está en ese quitado y borrado: «y en cuanto os rodea, un leño, una piedra?».

Claro queda que todos somos Hijos de Dios, «aquello que yo hago también podéis hacerlo vosotros, pues somos Hijos de un mismo Padre», y entonces nosotros estamos en todo cuanto ha sido creado tanto y en igual proporción que todo lo creado está en nosotros, y cuando hablo del concepto 'creación' incluyo a Dios en el paquete. Todo está en Él, y Él está en todo, igual que, a tal imagen y semejanza, nosotros formamos parte del todo y todo forma parte de nosotros.