La revolución de la democracia se produce en las urnas pero debería servir para algo más que para cambiar unos diputados por otros. Deberíamos votar conductas y soluciones, no políticos que solo tienen la capacidad de destruirse porque son incapaces de establecer un mínimo consenso en circunstancias extremas. La 'operación Kitchen', también conocida por el Watergate español, es la sombra de Rajoy que se alarga sobre Casado, de la misma manera en que el 'caso Gürtel' consistió en la sombra de Aznar alargándose sobre Rajoy. Las sombras no nos abandonan.

Edmund Burke se preguntaba aquello de qué sombras somos, y qué sombras perseguimos. Rajoy perseguía para neutralizarlos los mensajes de Bárcenas que le comprometían; Pablo Iglesias, que puede ser imputado por delitos de fraude procesal y falsa denuncia, parece que urdió un montaje para beneficiarse políticamente de una supuesta maniobra de las cloacas contra Podemos.

El problema es que el hedor llega de todos los lados y se filtra por cualquier alcantarilla. Nadie lo asume como suyo. De hecho, Podemos reclama la presencia de Pablo Casado en la comisión del Congreso para investigar el Watergate de Rajoy y pide el respaldo de su socio socialista. El mismo que está teniendo para eludir las comparecencias de Iglesias y Montero por el 'caso Dina'. Nadie debería tomarse en serio este tipo de fuego interesado y partidista, al margen de los intereses del país, que despliega cortinas de humo y únicamente busca la destrucción del adversario político.

La sombra de la derrota parlamentaria ha planeado, a su vez, sobre el Gobierno que se quedó solo en su intento grosero de confiscar el ahorro de los Ayuntamientos. Pedro Sánchez se convierte en el primer presidente de la democracia al que el Congreso tumba dos textos en vigor. Su debilidad es extrema y su arrogancia mayúscula para no darse cuenta de lo que pasa. En su caso, él es su sombra; el hombre su propia noche y la vida, un sueño.