El pasado 9 de septiembre el vicepresidente segundo del Gobierno se alzó en su tribuna parlamentaria y recomendó al diputado popular Teodoro García Egea que vocalizase mejor. El Congreso de los Diputados es un lugar serio, qué duda cabe. La riqueza dialéctica de España se refleja en los escaños de piel roja y hacen de este país un lugar diverso pero unido por una misma lengua. Las variaciones lingüísticas son riqueza. Sin más. Las hay de todos los tipos: musicales y duras, elegantes y alegres. Diputados de distinta ideología trabajan codo con codo escuchando el acento canario, andaluz, castellano, catalán, gallego y demás sinfonías fonéticas sin el más mínimo problema de entendimiento.

Pero el señor Iglesias ha vuelto de sus vacaciones con ganas de convertir la normalidad en un hito. Y este país lleva ya unos cuantos desde que él forma parte del Consejo de Ministros. El último fue el cenit de la España Plurinacional. La paradoja por la cual el señor Iglesias puede participar de un mitín en Barcelona, pronunciado completamente en catalán y comprender absolutamente todo lo dicho. Incluso intervino, dotando a la velada de un exaltado nacionalismo extenuante hasta las lágrimas, hablando en catalán y gritando «Visca Catalunya lliure e sobirana!». Fue en septiembre de 2017. Venía de otro verano tórrido pero el sujeto aún no era vicepresidente. Felices los tiempos en los que Sánchez no dormía por las noches porque le habían echado de su propio partido.

Y he aquí la cuestión palpitante de la España Plurinacional. ¿En qué momento un miembro del Gobierno tiene dificultades para entender el acento murciano pero permanece extasiado durante horas ante un discurso en euskera? ¿Ha dejado Murcia de pertenecer y sumar a lo que con tanto orgullo se llama 'riqueza de las naciones autonómicas'? Me temo que la solución a la encrucijada es mucho más simple. Lo que se desprendió de la sesión del Congreso de los Diputados del pasado 9 de septiembre tiene un nombre: clasismo.

El clasismo no es ni de derechas ni de izquierdas, por mucho que intenten ciertos políticos arrojar esa enfermedad al otro bando. El clasismo es poder e interés. Teodoro García Egea es un político mediocre cuya ideología varía en función de su nómina. Y las nóminas del PP ahora están en serio peligro. Pero mofarse de su acento solamente está al alcance de la peor calaña política y humana. ¿Sucedería lo mismo si Egea fuese un político nacido en Terrasa? ¿Y en Vigo? ¿Y en Guecho? Por supuesto que no. Y este que escribe ha escuchado muchas intervenciones en el Congreso de los Diputados cuyos oradores han demostrado un nivel preocupante de español, cometiendo incorrecciones propias de estudiantes erasmus. ¡El milagro del sistema bilingüe de algunas autonomías!

Pero ya que el señor Iglesias parece tan preocupado por el uso correcto del español en la Cámara, podría plantearse la situación de Baleares, una Comunidad donde el castellano está desapareciendo de la escuela pública. Sí, esa escuela que dicen debe ser libre e igualitaria. O podría el señor vicepresidente de Asuntos Sociales pasearse por Cataluña. O poner TV3 al acabar alguna serie de esas que tanto tiempo le ocupan. Descubrirá que desde la cadena pública catalana se persigue al que utiliza el español como lengua vehicular.

Esto sucede en un país donde las oposiciones al sector público están vetadas en más de un tercio del territorio si tu única lengua es el español. Un profesor de literatura nacido en Cartagena no puede presentarse a una oposiciones de Lengua Española ni en Valencia, ni Cataluña, ni Baleares, ni en el País Vasco ni en Galicia. A un médico en Baleares se le prima el conocimiento del catalán por encima de la pericia médica. Que sea un buen profesional es secundario en nuestra España Plurinacional.

Si la situación no fuera trágica haría gracia. Al final conseguiremos lo que sucedía en el Parlamento Austriaco a finales del siglo XIX: en la Cámara de los Señores había tantos representantes como nacionalidades tenía el Imperio. Las sesiones duraban días enteros y cada diputado hablaba en su idioma materno. Los oradores pasaban horas recitando discursos encendidos en alemán, húngaro, checo, eslovaco, esloveno, serbio, rumano, italiano, polaco y ucraniano. El problema es que no había traductores y las sesiones se convertían en paraísos de multiculturalidad, pero en infiernos de comprensión.

No sé si nos dirigimos hacia ese lugar de la historia. Cada vez confío menos en el sentido común de los políticos. Pero tengo la certeza de que cuando alguien viene enarbolando la bandera de la diversidad suele ser a costa de otros.

Murcia es ridiculizidable porque su caladero de votos se secó hace tiempo. Por eso Iglesias puede quitarse la máscara con Murcia y dejar de ser el político de clase baja comprometido que decía ser, para convertirse en el señor clasista que siempre fue.