Una de las primeras decisiones de Ana Martínez Vidal como concejala de Infraestructuras y Calidad Urbana que lo fue del ayuntamiento de Murcia entre los años 2011 a 2015 fue contratar a dedo a uno de sus hermanos, Andrés, socio de la empresa iUrban, que anunciaba, según el titular de este periódico y de otros medios, que «cargar los móviles en la calle ya es una realidad».

La noticia, que puede consultarse en la red y en las hemerotecas, proclamaba que en algunos de los puntos del casco urbano con mayor afluencia de personas se dispondría de unas ‘farolas-cargador’, ingenio insólito en Europa, en la que Murcia sería pionera, aunque ya experimentado en Nueva York, referencia que constituía un indudable aval, pues lo que hacen en Nueva York es siempre imitable por el papanatismo provinciano de las colonias del imperio. La concejala presentó ante la prensa el primero de estos artilugios en la avenida de la Libertad, justo a la vera de El Corte Inglés, presumiendo, efectivamente, de que «solo Nueva York ha realizado una experiencia similar», y que se trataba de «un proyecto pionero inventado y patentado por unos ingenieros murcianos», aunque ahí se detuvo para no precisar que uno de ellos era su propio hermano.

La bondad del invento se unía al bajo coste que para el Ayuntamiento suponía ofrecer este servicio, ya que cada una de las ‘farolas-cargador’ (avenida de la Libertad, plaza de Romea, zona universitaria de La Merced, y así) tenía un coste de 7.000 euros, casualmente una cifra ligeramente inferior a la que la norma administrativa exige para la exposición a concurso publico. Lo que se llama un ‘contrato menor’ si no se especifica el lote completo, pues se atiende a cada ‘farola’ como una adquisición única, si bien ante la prensa se presentó como un proyecto general.

Este contrato habría hecho las delicias de Mario Gómez, actual vicealcalde de Cs en Murcia y valedor de Martínez Vidal como lideresa de su partido, ya que aquél presume de dedicar vida y verano a investigar los contratos menores de su socio de gobierno, el PP, en el actual ayuntamiento de Murcia. ¿Qué habría dicho Gómez sobre los ‘cargadores-farola’, a 7.000 euros la pieza, del hermano de su actual promocionada?

Vale recordar que estos avanzadísimos poyetes instalados en varias zonas de la capital sucumbieron sin pena ni gloria, y la concejala concluyó sus cuatro años de mandato sin que invento tan pomposo hubiera adquirido mayor importancia que la de cualquier otro estorbo urbano, y de él nunca jamás se supo aparte del momento en que se desparramó la espuma mediática de su presentación.

No se trató (ojo, conviene advertirlo antes que nada) de un pelotazo. La cantidad de dinero público invertido fue limitada, pues es obvio que este tipo de iniciativas no compensan económicamente a la empresas, sino que las ponen en valor para su posterior desarrollo. Una vez que en Murcia habían sido instaladas las ‘farolas’ era más fácil extender el proyecto a otras ciudades. Del mismo modo que aquí se apelaba a la lejana Nueva York, en otras capitales españolas se podía poner el ejemplo de la pionera Murcia. La empresa ya no iría de nuevas para introducir su producto. Ana Martínez Vidal echó una mano a su hermano por un coste irrelevante: ¿quién se lo podría reprochar cuando sabemos que la familia es lo más importante? Y menos cuando una simple consulta a la red pone de manifiesto que el talento emprendedor de su hermano ha promovido una muy meritoria trayectoria, irreprochable, y esto sin necesidad de meterse en política.

Podríamos concluir que todo esto es agua pasada, consecuencia de un tiempo en el que a este tipo de cosas no se le daba importancia, e incluso en la prensa dejamos pasar el pequeño detalle de esta prematura y urgente reformulación nepotista. Solo que hoy, Ana Martínez Vidal, es consejera de Empresa e Industria, y tiene a su cargo el Instituto de Fomento, es decir, cuenta con los instrumentos de la Administración autonómica para subvencionar, seleccionar y repartir los recursos del Gobierno autonómico a las empresas en crisis y a los proyectos empresariales, sobre todo en el contexto covid, lo que exige un tratamiento de rigor e imparcialidad que no demostró en el primer momento de su acceso a la gestión pública, tal vez por ingenuidad. Nadie puede poner en duda que haya podido aprender con la experiencia, y tal vez adquirido una nueva responsabilidad, pero el antecedente está ahí, y de alguna manera resulta inquietante.

Cuando alguien accede a determinados puestos políticos es necesario que conozca de antemano o investigue de inmediato el sector que debe administrar más allá de su propia familia y de los allegados del partido: una de las primeras visitas oficiales como consejera de Empresa, según ella misma divulgó, fue a la de su compañero de partido y presidente de la Gestora regional, cuya composición presumió de haber sugerido, David Sánchez.

Ana Martínez Vidal es el exponente perfecto de cómo se hace una carrera política desde la nada al todo, si bien el procedimiento determina que del todo se pasará a la nada, aunque en el entreacto, que te quiten lo bailao. Su currículo, a pesar del brillante título de ingeniera que no le sirvió para ejercerlo en los tiempos de expansión de la burbuja inmobiliaria, es exclusivamente político, aunque esto no es una singularidad. En el Gobierno regional al que pertenece, y en los aledaños parlamentarios, empezando por el presidente, la norma es salvarse del paro por la política, de modo que quienes no han sido convocados a gestionar ni una pequeña o mediana empresa y jamás han levantado una persiana o se han puesto en pie a las seis de la mañana, de pronto los vemos al frente de la más importante de la Región, la Comunidad autónoma, rodeados de jefes de gabinete, de prensa y de numerosos asesores que ni siquiera han sido designados por criterios de capacidad y conocimiento, sino por galones relativos a la lealtad personal. Una especie de nueva clase palaciega sin meritocracia, aunque extraordinariamente mandona.

Pero al menos, algunos, como el propio López Miras han mostrado instinto para el oficio de la política (es decir, de la política como oficio, no como instrumento de gestión pública, vuelvo a precisar, y a la vista está). Martínez Vidal, ni eso. Nunca se la ha visto en un mitin principal de su partido, en un debate (en el Círculo de Economía todavía no se han quitado las manos de la cabeza desde el día en que compareció ante esa asociación en calidad de consejera), como portavoz del Gobierno es del género plano, no puede disimular su miedo escénico, y es intratable ante la crítica. En la última Fruits Logística de Berlín se cambió ostensiblemente de mesa en el transcurso de una cena porque los empresarios de su alrededor le inquerían sobre las repercusiones para la agricultura a consecuencia de la crisis ecológica del Mar Menor. La noche en que se contabilizaron los resultados de las últimas elecciones generales, en que Cs perdió los dos diputados que mantenía en el Congreso, no se dignó aparecer por la sede regional de su partido, dejando para otros el escenario fotográfico de la tristeza, y se da de baja en los foros internos de whatsapp en que observa el más mínimo reparo a sus posiciones.

Ni siquiera ha tenido piedad para Valle Miguélez, que fue quien la presentó como militante de Cs en la antesala del proceso electoral, y a quien humilla y desdeña, a pesar de que todavía figura como miembro de la Gestora, si bien acepta permanecer fuera de juego ante el compincheo que mantienen en redes sociales los otros dos colegas, Jero Moya y David Sánchez, quienes se reparten con la consejera tuits mutuamente alabanciosos, de un narcisismo insólito para quienes los observan fuera de su burbuja de confort.

Todo ese infantilismo, propio de una concepción de la política como un espacio ‘happy flower’, es la superficie de un trabajo de afianzamiento muy calculado. Por ejemplo, Martínez Vidal ofreció sucesivamente al inicio de su mandato el puesto de jefe de gabinete a dos importantes periodistas de la Región a sabiendas de que no aceptarían el cargo, pero con la perspectiva personal de que el gesto los amigaría a ella y le permitiría un feliz tránsito mediático; lo mismo con un fiscal al que ofreció una dirección general, que no fue aceptada, pero sí recibió de éste el consejo sobre quién podría ocuparla, lo que también, en su interpretación, le abre simpatías en ese sector.

Solo le puede la impaciencia. Desde el pasado julio es vox populi en el sector empresarial que el propósito del plenipotenciario vicesecretario nacional de Cs, Carlos Cuadrado, en seguidismo de las maniobras del siniestro Fran Hervías (el Cid que gana batallas después de muerto) consiste en nombrarla coordinadora regional de Cs y, de paso, vicepresidenta del Gobierno en lugar de Isabel Franco. El gran paso, plenamente diseñado, no se termina de dar, tal vez porque Inés Arrimadas se contiene en la prudencia. Ayer mismo escribía en un tuit que «vienen momentos muy duros en otoño por la crisis sanitaria y necesitamos una tregua política. Hay que centrarse en luchar contra la segunda ola y reconstruir España», y tal vez aluda también con esa tregua a las tensiones en su propio partido, pero la Región de Murcia es la única organización territorial del país que sigue gobernada por una Gestora, hecho que en cualquier partido político significa una excepcionalidad, y en este caso, tan prolongada como inexplicable.

En este marco, Martínez Vidal se desvive en ocurrencias, como su petición, aceptada por López Miras, de integrarse en la Comisión Covid, estrictamente sanitaria (presidente, Salud, SMS, epidemiología, residencias de ancianos), con el pretexto de que en su calidad de portavoz del Gobierno debe estar informada al minuto de cuanto se refiere a esa cuestión, pero olvidando que es también consejera de Empresa e Industria, de modo que podría entenderse que en la comisión de seguimiento sanitario se recurre a argumentos económicos y no solo relativos a la salud pública. Ese querer ‘estar en todo’ contribuye a veces en la práctica a desdibujar, como en este caso, trabajos muy delicados. Pero parece que no hay problema: desde que se integró en esa comisión solo ha acudido a una reunión, y dicen las malas lenguas que es porque hay que madrugar.

Tiene gracia que la que será líder regional de Cs cuando el Dedazo contemple el momento oportuno mantenga una relación personal y política más fluida con el presidente de la Comunidad, López Miras, y su consejero de Presidencia, Javier Celdrán, que con los consejeros de su propio partido. Tal vez en previsión de que el corto recorrido electoral que se le augura a Cs precise de una cuerda de socorro desde el PP, pues a fin de cuentas éste es el partido del que procede, y como en casa no se está mejor que en cualquier otro sitio.

En cuanto a los ‘cargadores-farola’ es probable que todavía sobrevivan en Nueva York.