Antes de que Estados Unidos tan siquiera soñara con ser el líder planetario que es hoy, a pesar del bajonazo que ha supuesto la presidencia de Trump, la creación del Estado Alemán en el Centro de Europa supuso un impulso inconmensurable a la fortaleza de la civilización occidental. Con la unificación de los pequeños Estados germanos constitutivos bajo la dirección de Prusia, Alemania a finales del siglo XIX se convirtió en una de las grandes potencias europeas, que en aquella época era lo mismo que decir potencias mundiales.

El poderío y ambición de Alemania, y su alianza con el decrépito Imperio Austro Húngaro, le condujo de forma inexorable a la Primera Guerra Mundial, en la que salió derrotada por la incorporación a última hora de Estados Unidos, entonces una potencia emergente. La derrota también significó el principio del fin para la República de Weimar, esa obra de ingeniería política conducida con mano de hierro y guante de sede por el magistral Otto Von Bismarck. Después de la Segunda Guerra Mundial, la recuperación económica de la parte de Alemania que quedó en la órbita occidental fue prodigiosa. Incluso la Alemania del Este, con su férrea dictadura y el meticuloso control de la vida privada de sus ciudadanos por parte la Stasi, fue el Estado comunista que más se acercó a la viabilidad económica de todos los que existieron. Todo ese período terminó con la reunificación alemana en 1990, que ni siquiera los franceses pudieron parar, aunque lo intentaron. De la reunificación salió el euro, como precio a pagar por Alemania a cambio del apoyo del resto de países europeos. El marco pasó a la historia relativamente, porque el euro no deja de ser un marco alemán más o menos disimulado.

Curiosamente, no ha sido ninguno de esos machos alfa militarotes de grandes bigotes y casco en punta característicos del imperio alemán el que ha conseguido que Alemania vuelva a ocupar el centro del mundo. Ha sido una mujer, con apariencia de 'tapón de balsa', la que ha puesto orden, sentido común, paciencia e inteligencia a raudales para liderar esa pelea de gallos en que se convierte a menudo Europa. Es verdad que fue ella con su intransigencia teutona la que puso en peligro la continuidad del euro y de la unión económica europea en la anterior crisis. Pero nunca traspasó ciertos límites y aquí estamos, con un euro fortalecido que se acerca cada día más a la paridad con la libra y una Unión Europea que ha sido capaz de asumir una deuda más o menos mutualizada para ayudar a los países más débiles (como el nuestro sigue siendo desgraciadamente) en la crisis del Covid. Merkel ha pasado en menos de una década de ser representada como el epígono de Hitler a ser el hada madrina de los refugiados, cuando impuso con mano firme la acogida de un millón de solicitantes de asilo provenientes de las guerras del Oriente Medio.

Ella es también la que está conduciendo con mano firme las negociaciones con el Reino Unido para el nuevo acuerdo, que regirá las relaciones económicas y políticas después de la definitiva salida.

Boris y sus mariachis se las prometían muy felices contando con el apoyo de la industria alemana (especialmente los fabricantes de coches) para un acuerdo comercial favorable al Reino Unido, en el que este país siguiera ostentando el cetro de centro financiero del euro a través de la City de Londres. Ante esta posibilidad, Merkel exigió de su industria un apoyo cerrado sin fisuras a la posición europea desde el primer momento, cosa que consiguió. Si Frakfurt se convierte mañana en sustituto de la City está por ver, y dependerá finalmente de que Reino Unido ceda en las negociaciones, cosa que probablemente sucederá, a pesar de las payasadas de Boris. No hay que engañarse: Reino Unido necesita mucho más un acuerdo, especialmente en este momento de crisis del Covid, que la Unión Europea, con sus 500 millones de habitantes y el mayor tráfico comercial del planeta.

También ha influido en el creciente protagonismo de Alemania en Europa y en el mundo la pérdida de liderazgo de Estados Unidos, que se ha debilitado fuertemente tras elegir un presidente aislacionista que está desmontando con sus burdas maneras y su falta de inteligencia, la estructura institucional de la postguerra que su país tan cuidadosamente había construido y que adquirió su máximo impulso al final de la Guerra Fría, para beneficio propio y de todo el mundo, China incluida.

Hay muchas dudas de que Estados Unidos recupere su papel de líder de Occidente tras los años de Trump, sean cuatro u ocho. Lo que ha demostrado este presidente es que el 75% de la población norteamericana que se declara de raza blanca no van a dejar de ejercer su poder opresivo sobre las minorías étnicas hasta que la demografía obre su magia y los porcentajes se den la vuelta, cosa que está lejos se suceder en aquellos estados que son la clave para elegir presidentes aunque sea por minoría de voto popular.

Los alemanes, y menos Angela Merkel, no olvidarán el bofetón que ha supuesto la retirada unilateral, sin consultas ni explicaciones, de 12.000 soldados norteamericanos estacionados en suelo alemán, que estaban allí como el resto de militares americanos desde la Guerra Fría para garantizar la inviolabilidad de las fronteras alemanas. En relaciones internacionales las formas lo son todo, y a pesar de que es bien conocida la animadversión de Trump hacia Merkel (a pesar de los esfuerzos iniciales de esta última por apaciguarlo en los primeros momentos) el gesto de la retirada de tropas de malas maneras ha traspasado todos los límites.

Es verdad en parte la crítica de los euroescépticos británicos en el sentido de que la Unión Europa no deja de ser el tercer intento (esta vez de forma pacífica y por el momento exitosa) que hace Alemania por extender su influencia por Europa. Y también es cierto que, una vez que está respaldada por su hinterland europeo, Alemania vuelve cada vez más su mirada al Este, tanto a Rusia como a China, colocándose en la posición en que siempre quiso estar: en el centro de gravedad de la mayor masa continental del planeta, que es Eurasia.

Lo interesante de la historia es que Alemania está consiguiendo sus objetivos a base de paciencia y compromiso.

Lástima que Merkel se encamine al retiro político en su país el próximo año. Pero ¿quien mejor que ella podría ejercer el papel de presidente del Consejo Europeo en el próximo ciclo de renovación de cargos? Ojalá estos ojitos puedan verlo.