El adjetivo que ha sido más usado para definir este verano ha sido ‘extraño’, y su final está siendo igual de raro. A estas alturas, y a pesar de que todos los que tienen trabajo han comenzado a acudir a sus puestos, en los pueblos y lugares de veraneo todavía queda bastante gente, sobre todo, niños y adolescentes, pero también muchas personas mayores.

Los padres y las madres salen por la mañana temprano camino de sus empleos, pero no se ha producido el traslado a las ciudades en bastantes casos. Los abuelos se quedan cuidando a los niños, pero no en sus casas de la ciudad, sino en los apartamentos o en viviendas que normalmente solo son utilizadas para la época veraniega. En general, están esperando a que abran los centros educativos, pero algunos piensan incluso en quedarse cuando esto se produzca.

Y es aún menos habitual lo que está ocurriendo con personas sin trabajo o que ya están jubiladas. Muchas de ellas te dicen que han decidido quedarse en los pueblos ribereños «de momento», sobre todo la gente de Madrid y de otros lugares con alta incidencia de contagios, pero también vecinos de Murcia, de Cartagena y de otros pueblos de la geografía más cercana. «En Cartagena, dicen que las zonas con más contagios son San Antón y el Barrio Peral, y yo vivo justo entre esas dos localizaciones, en Los Barreros, así que de aquí no me voy este año hasta que no haya vacuna», me decía una señora cartagenera el otro día.

Y lo cierto es que estos pueblos a orillas del Mar Menor ofrecen unas posibilidades para pasar cuarentenas, o hacer un confinamiento, que dan gran sensación de seguridad y tranquilidad. En algunos de ellos, por ejemplo, en Los Urrutias, no hay más comercios que los que se consideran como de primera necesidad, es decir, un supermercado, una farmacia, una ferretería-droguería, un chino, una panadería, y, como lugar de esparcimiento y lujo, una licorería. Ah, y un par de bares o restaurantes con terraza todos. Quiero decir con esto que, si hubiera confinamiento, ningún policía te va a preguntar por la calle si has salido para ver escaparates o para disfrutar del gentío, en primer lugar, porque no hay ningún escaparate en todo el pueblo, y porque el nivel de aglomeraciones en las calles es de 2 a 3 personas por kilómetro, bien sea a lo largo o a lo ancho.

A todo esto podríamos añadir que, si tomamos las ciudad de Murcia como centro geográfico de la Región, la distancias que hay desde la costa, desde San Pedro del Pinatar, pasando, entre otras, por Santiago de la Ribera, San Javier, Los Alcázares, Los Urrutias, Los Nietos, Islas Menores, Mar de Cristal, Playa Honda, La Manga, Cabo de Palos, etc. están todas por debajo de una hora de coche. Y, si es a Cartagena, apenas llega a los 30 minutos - desde la zona sur del Mar Menor, alrededor de 15-, es decir, distancias muy asumibles.

Y, por otro lado, están los que viven en un piso no muy grande en las ciudades, sin una buena terraza para salir a tomar el aire, mientras que su segunda residencia si la tienen y a menudo con vistas al mar, a las bellísimas puestas o salidas del sol. Además, hay paseos marítimos para salir a andar y a hacer ejercicio, está el campo y el monte cerca para aquellos que les gusta el senderismo y la naturaleza, y a estas alturas se pueden incluso bañar cuando vuelven del trabajo.

Sin embargo, a pesar de todos estos atractivos, siempre, a partir del 15 de agosto los pueblos costeros comenzaban a vaciarse, y, el 31 de agosto, festividad de San Ramón Nonato, apenas quedaban unos pocos veraneantes que en unos cuantos días desaparecían también.

Materialmente nadie en la Región de Murcia, o el personal que venía de otras regiones, fundamentalmente de Madrid, pensaba siquiera en quedarse unos días e ir y venir al trabajo. Pero este extraño año, esta horrible plaga que nos ha caído encima, ha hecho que todo cambie, la forma de pensar, de vivir, de relacionarnos... A muchos no les apetece nada volver a sus hogares habituales, y eso no me digan que no es grave.