Cuando escalamos una montaña, anhelamos ver lo que hay al llegar a la cima; si andamos por la calle, queremos saber qué habrá al volver la esquina. El propósito, si lo piensas, es siempre encontrar algo mejor que lo que dejamos atrás, por eso cuando nos enamoramos deseamos la certeza de la eternidad. Pero sabemos que no, sabemos que será efímero porque siempre lo es. ¿Cuánto dura? A veces lo que nos dejan, pero qué complicado es...

Hay quien se enamora y siente que le falta el aire, los tibios dirán que es asma. Hay quien se enamora y tira la casa por la ventana; los mediocres dirán que los excesos no son buenos. Pero hay quien se enamora y sigue siendo sensato, aunque los eruditos de turno lo llamen descerebrado. Y es que todos tenemos una vida que llenar, y lo hacemos con trabajo, ocio, aficiones, con vicios, con música... En definitiva, con estímulos, a poder ser positivos. A mí, eso es lo que me resulta efímero, y aunque para diagnosticar estén los psicoanalistas, me lo parece. A mí me gusta la sensación de sentirme enamorada, a pesar de tanto y a pesar de todo. A pesar de los errores, los desencuentros, los desengaños... Porque si lo pienso, siempre ha sido cuesta abajo y sin freno. En realidad, siempre.

¿Qué nos gusta sentir, qué esperamos? ¿Alguien se plantea todas estas cuestiones cuándo lo ve llegar? Imagino que de hacerlo, saldríamos pitando al pisar la cima de esa montaña que acabamos de subir, donde habita un inesperado. Un inesperado que de pronto se acerca y te obnubila, te flashea y consigue que desde ese momento ya sólo quieras tener que ver con él. Cuando, a pesar de tener una vida ajena, quieres que surjan todas las casualidades posibles, las perfectas para tejer un vínculo. Y claro, luego llega la realidad y necesitas conocer, descubrir, saber todo lo posible del otro, sabiendo que según en qué momento el batacazo puede ser mortal. Pero ya has marcado la X en las primeras tres casillas y estás perdido.

Si intentas comprender todo, te vuelves majareta, porque ahí es cuando la imaginación juega un papel traicionero y difícil es (que ya no tenemos edad, dicen) hacer que todo coincida; entonces te crees que el otro tiene la cura de tu perdición y comprendes que nada era fácil. Te empeñas en dar, y si no eres correspondido te vuelves aún más vulnerable, más débil. Y te invade la tristeza si te das cuenta de que el elegido no quiere bailar contigo.

Pero yo le debo un texto al amor, por todo lo que me ha dado, por lo que para mal o para bien me ha enseñado. Se lo debía porque he vuelto a creer que es posible. Porque quien estaba en la cima de la montaña que me propuse escalar no habitaba allí por casualidad. Era otro valiente que había decidido subir solo. Y eso era, se trataba de entender que en los tiempos que corren, el Amor es sólo para los valientes.