En esta sociedad líquida, en la que no importa tanto lo que somos y lo que hacemos como la imagen con que lo mostramos al prójimo, sea real o supuesta, nada mas distinguido que ‘epater le buveur’, dando notoriedad a nuestros saberes y haceres en la materia enológica, aunque sean pura invención.

En cuestión de vinos, si usted pretende ser admirado por el resto del género humano, ha de ir por delante de todos en el descubrimiento y valoración de los caldos, de manera que, a modo de ejemplo, si alguien menciona las bondades de un Pago de Carraovejas, usted dirá que ya sus padres aplacaban sus rabietas con un chupete empapado de tal caldo, y aún más, le preparaban la papilla, no con agua, sino con el fresco y frutal José Pariente, de Rueda. Y añada que usted fue compañero de colegio del dueño de las Bodegas Baigorri, si alguno acaba de descubrir las bondades de ese vino riojano.

Pero algún día conviene que baje de la nube del Vega Sicilia y vuelva de los ‘chateaux’ del Burdeos para pontificar sobre vinos marcianos, e incluso regalar alguna botella como prueba de sus investigaciones por pagos y bodegas remotas. Su detalle le saldrá muy barato, con el beneplácito de todos, que trasegarán con gusto el dudoso néctar, en aras de la novedad. De paso defienda la excelencia de los vinos de Cariñena y de Utiel-Requena, frente a las denominaciones más acreditadas, haga encendidos elogios de los cavas de Badajoz y de Villena y proclame, sin duda alguna, que vuelven otra vez los rosados, especialmente los de Chile y California. Para todo esto, refuerce su autoridad apoyándose en alguna guía de vinos; o, por el contrario, puede desacreditarlas poniendo sus conocimientos por encima de ellas, según convenga.

Por supuesto, le supongo provisto de una bodega personal rigurosamente climatizada, que mostrará a diestro y siniestro, en visitas guiadas por riguroso turno. En comilonas y ágapes, aprópiese de la condición de catador oficial del grupo de amigos y parientes y dispóngase a utilizar decantadores, termómetros, cortacápsulas, sacacorchos de aire comprimido, litos, bombas de vacío, y el colmo del coravín, con el que, por arte de magia, catará el vino sin descorcharlo.

Actúe con la solemnidad y el ceremonial que la ocasión requiere, a la hora de agitar, oler y saborear el objeto del deseo, mientras pontifica sobre la calidad del corcho, los detalles del protocolo de escanciar, las copas que se han de utilizar en cada caso y, sobre todo, acerca del imprescindible maridaje del preciado liquido, una vez recibido su visto bueno.

Todo esto lo acompañará con una indescriptible salmodia acerca de las cualidades del vino (alegre, afrutado, carnoso, oloroso, aterciopelado, frondoso…) y de las inacabables sensaciones que sugieren: frutales (montes verdes, flores de espino, cedro, pimiento verde, frutos rojos, violetas, acacia, romero, moras…) y minerales (brea, pizarra mojada, granito, esmalte, barniz, punta de lápiz…), y otras niñerías que su auditorio escuchará con devoción y arrobo y propagará como un mantra por las redes sociales.

Todos, al unísono, pensarán que los tiempos cambian una barbaridad, y las personas más, que quién lo vio tomando chatos y mitaíllas de vino del tonel rellenado de recio jumilla, y quién lo ve.