Se acabó agosto, empiezan a acortarse los días y los hombres y mujeres del tiempo prometen que esta es la última semana de altas temperaturas y calor realmente agobiante que vamos a padecer este verano. De hecho a última hora de la tarde de ayer la atmósfera se notaba enfoscada, la luna creciente se elevaba cubierta por un halo y el aire olía ya a la lluvia que tímidamente cae mientras escribo. Hoy empieza septiembre y, cómo no, con él vuelven los nuevos cursos, tanto el político como el nuevo curso académico. El primero en realidad podemos decir en la práctica que ya comenzó, de hecho podríamos considerar que la destitución de Cayetana Álvarez de Toledo —a la que aludí ayer— fue el pistoletazo de salida de ese nuevo curso político.

Y nos deparó —al menos a mí— la primera sorpresa notable: que muchos de esos periodistas y/o analistas políticos que están ante un micrófono mañana, tarde y noche (madrugada incluso, supongo, que también en la radio hay tertulias políticas, y no pocas) hayan dado en considerar que con ese movimiento —o rectificación, llámenlo como quieran— Pablo Casado se hacía una enmienda a la totalidad a sí mismo y optaba por dar un giro hacia la moderación —hacia una cierta moderación, si lo prefieren, o si el concepto 'moderación', así, en términos absolutos, les resulta demasiado difícil de acomodar con 'Pablo Casado' en una misma frase, más aún con la sombra de la 'VOXión' de censura cerniéndose ya —como estas primeras lluvias— sobre el horizonte de la escena política inmediata.

Y ligada lógicamente a esa primera sorpresa, la segunda: que los mismos analistas entiendan que ese supuesto nuevo aire de moderación y centrismo lo encarna bien la sustituta escogida, Cuca Gamarra. Sin poder considerarse más que un mero aficionado ocasional a las corridas de tor... ejem, quería decir de políticos, uno ha visto el suficiente número de veces en acción a Gamarra en el ruedo parlamentario como para saber claramente dos cosas, en primer lugar, que de mansa, nada: un tanto atropellada de respiración y de entonación muy alejada de la que sería correcta en cada caso, pero PP puro y duro, de la línea más intransigente del partido; y en segundo lugar lo que perdemos: Cayetana era dialécticamente brillante —en su línea, que personalmente detesto, pero brillante al fin y al cabo—mientras que Gamarra es dialécticamente anodina, quizá por su férrea sujeción al argumentario del partido, que ella empuña cual montante a dos manos y blande —eso sí— con fiereza y convicción ante el adversario, pero que oiremos repetido después en boca de los Maroto, Levy, Almeida, Montserrat… Muy aburrido, oigan.