Nadie se acuerda ni de las Comunidades ni de los Ayuntamientos cuando pintan bastos. Empresarios y autónomos en estos meses de crisis mundial exigen al Estado que abra su paraguas y ponga la máquina de hacer dinero a trabajar veinticuatro horas al día. Los que reclaman al Estado que saque dinero de donde sea suelen ser los mismos que piden no pagar impuestos, o por lo menos pagar mucho menos, y eso que tenemos, con respecto a los países de la OCDE, una tasa impositiva menor y el mayor índice de fraude fiscal.

Cuando el viento sopla a favor nadie se acuerda del Estado, salvo para pedirle que se aparte a un lado, que suelte lastre en forma de privatizaciones, con el objetivo de que los grandes empresarios aumenten sus números a costa de prestar desde la óptica privada un servicio público, y que la hemeroteca nos dice que dicho servicio termina siendo más caro para las arcas públicas y de peor calidad.

Pero cuando lo que se divisa es una travesía por el desierto, todo cambia, aunque lamentablemente no como debería, creando una conciencia colectiva de la importancia de aportar más recursos a las arcas públicas cuando es época de vacas gordas, para así poder disponer de fondos para cuando llegan las vacas flacas, sino que pedimos que sea el Estado quien se endeude hasta las trancas, eso sí, que luego no nos pida dinero para pagar lo que nos han dado.

La famosa hucha de las pensiones que creó el malvado, inepto y patético Zapatero, por cierto, el mismo que puso en marcha la UME, y que fue duramente criticada por la derecha de este país, es el mejor ejemplo de lo que estamos hablando.

La crisis de 2008 tuvo consecuencias dramáticas para millones de personas, principalmente jóvenes; se rescató a la Banca en nombre de que no nos costaría un euro a nuestros bolsillos, Rajoy, De Guindos y Soraya Sáenz de Santamaría lo repitieron hasta la saciedad; el resultado final es desolador, por cierto, qué bien vendría que la Banca devolviera, aunque sea sin intereses los mas de 60.000 millones que nos deben, en vez de seguir sangrándonos a gastos de comisiones; hubo una reforma laboral que sigue campando a sus anchas, y fueron millones de trabajadores los que pagaron la fiesta de unos pocos.

Ahora que el Estado se está rascando el bolsillo, junto a la Unión Europea, para dar cobertura no solo a empresarios y autónomos, sino también a la clase trabajadora de este país, sería bueno que alguien desde la tribuna del Congreso nos leyera de nuevo el cuento de La Hormiga y la Cigarra.