El inicio de la primera jornada del El anillo del nibelungo, Wotan ordena a Brunilda proteger a Siegmund en la lucha que le enfrentará con Hunding, marido de Siglinda. Pero tras una agria discusión con su esposa Fricka (diosa protectora del matrimonio) Wotan, que pese de ser el primero de los dioses está atado por los sagrados pactos («Lo que eres, lo eres por los pactos», le recuerda Fasolt en el prólogo del ciclo) escritos en las runas de su lanza de fresno, acepta que debe ser el adúltero e incestuoso Siegmund (hijo suyo) quien muera, y muy a su pesar llama de nuevo a Brunilda para comunicarle la nueva orden: que debe favorecer a Hunding y Siegmund ha de morir.

Así pues, la valquiria se aparece a Siegmund para anunciarle su próxima muerte, aunque conmovida por las súplicas del muchacho y su negativa a separarse de Sieglinde (su hermana y amada), Brunilda decide contravenir la segunda orden de su padre Wotan y favorecer a Siegmund. Será en vano, pues en medio del fragor de la batalla, Wotan se presenta finalmente para evitar la victoria del muchacho y matarle —en cumplimiento de lo acordado con Fricka— y sale después en persecución de Brunilda, cuya desobediencia castiga despojándola de la divinidad y dejándola dormida en una roca a merced del primer ‘gibichungo’ (hombre) que la encuentre.

Se preguntarán por qué les suelto todo este rollo mitológico-operístico. Pues bien, me explico: en la personal reelaboración que Wagner hizo de las leyendas mitológicas noreuropeas para su Anillo, Brunilda no es sólo para Wotan la favorita y más querida de sus nueve hijas-valquirias, sino que está ligada a la conciencia del dios padre como ejecutora de su íntima voluntad. Por eso ‘va a su bola’ y acaba rebelándose contra la segunda orden e intenta llevar a cabo la primera, la que representaba la verdadera voluntad íntima de Wotan, que no es otra que salvar a Siegmund, su hijo al fin y al cabo.

Con la destitución de Cayetana Álvarez de Toledo, Pablo Casado no se hecho una enmienda a sí mismo —como muchos creen— para girar hacia cierta moderación. Nada más lejos de la realidad, que no es otra que la esencial identidad de ideología y valores entre Casado y Álvarez de Toledo. De ideología y valores pero no —desgraciadamente para ella— de intereses en este momento. Ahora prueben a leer lo de arriba sustituyendo ‘Wotan’ por ‘Casado’ y ‘Brunilda’ por ‘Cayetana’ y verán como empiezan a entender el paralelismo alegórico que yo intentaba trazar. (Si quieren ir más allá y poner ‘Teodorín’ donde yo escribía ‘Fricka’, ustedes mismos, seguro que el paralelismo les quedará más ajustado, pero yo ya no me hago responsable).