Amanece un nuevo día. El gallo, heraldo de la aurora, con su cacareo afónico e intermitente anuncia que el espectáculo va a comenzar, y el tiempo, ‘edax rerum’, se frota las manos al robarle un día más a agosto en esta cuenta atrás que pocas veces resultó más inquietante. No sabemos a ciencia cierta qué nos espera cuando vuelva septiembre, pero los periódicos y noticiarios coinciden en que no será fácil este otoño, ni tampoco el próximo invierno. Acaba el verano y la incertidumbre se suma al réquiem por los días consumidos tratando de enderezar un año que no tiene mucho arreglo. 2020 se ha ganado a pulso ser un año para el recuerdo y parece que no con una piedra blanca.

En el calendario romano se señalaban así los días. «O lucem candidiore nota», rezaba mi invitación de boda hace 27 años, y a estas alturas, tras nuestro primer intento de veraneo playero en 1993 en La Zenia con final abrupto al cabo de tres días que siguen dando pie a conversaciones familiares y poniendo marco a recuerdos imborrables, me afanaba en los últimos preparativos para el gran evento que habría de cambiar mi vida con el propósito de formar una nueva familia. Decía que los romanos marcaban con una piedra blanca (candida) los días felices. Y yo le robé el verso a Catulo, llena de ilusión y también de temores.

Muchos amigos me acompañaron entonces, y con la mayor parte sigo manteniendo el contacto y la amistad. Algunos se han marchado, como mi querida Pepa Sales, que trajo al acto religioso a Khalil Gibran y su preciosa y poética reflexión sobre el matrimonio, de su libro El profeta: «Dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros. Amaos uno a otro, mas no hagáis del amor una prisión. Mejor es que sea un mar que se mezcla entre las orillas de vuestras almas. Llenaos mutuamente las copas, pero no bebáis de una misma copa...».

La Literatura ha formado siempre parte de mi vida. De niña me perdía en la lectura de una revista que coleccionaba la tita Concha, Hossana, a la que me suscribió en vista de mi interés, pues me la bebía cada vez que íbamos a Loja a visitarla. Casualmente ha vuelto a publicarse este año, después de 16 sin hacerlo.

En ella participé por primera vez en un concurso literario. Ingenua de mí, creí que se trataba de enviar el poema que más me gustara. Aún hoy, que escribo y publico, siento pudor cuando me presentan como ‘poeta’. Me parece casi una herejía, pues es una palabra que lleva en su raíz un verbo del cual surge todo, ‘poiéo’, ni más ni menos que ‘hacer’. El gran ‘hacedor’” es en Occidente Homero. Recuerdo con reverencia mis primeras Ilíada y Odisea, con traducción de Segalá i Estalella, regalo de la Caixa d’Estalvis de Sabadell, y la primera biblioteca que comencé a visitar con asiduidad a los diez años, que compartía con ella edificio.

El poema que envié a Hossana era el «Soneto a Cristo crucificado» (No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido…).

Recibí respuesta de la revista, en la que muy amablemente me decían que ese poema había sido escrito mucho antes de que yo naciera. No me escoció no recibir el premio, sino el que se interpretara que había querido usurpar la autoría de la obra a su legítimo autor, por más anónima que fuera.

La Literatura forma parte de mi vida, y gracias a ella he superado momentos complicados. Bendita sea.