La pregunta es: ¿Cómo comenzamos las vacaciones y cómo las vamos a terminar? Mirando lo que nos rodea, pueden observarse situaciones de varios modelos, pero con una particularidad que todos compartimos: este tiempo que vivimos es extraño y distinto a todo lo que hemos experimentado el resto de nuestras vidas. Nunca habíamos pasado por nada igual, no sabíamos de confinamientos o pandemias que nos afectaran directamente, ni habíamos estado meses sin poder ver a nuestros familiares y amigos en directo, frente a frente, a veces separados por una mesa con cervezas y marineras, pero juntos, dándonos besos y abrazos, apretones de manos, golpecillos en la espalda€ Hasta con los seres que convivíamos hemos tenido un cuidado extremo: «No me toques hasta que me lave las manos», «espera a que cuelgue la mascarilla en el tendedero de la terraza», y demás historias que hemos ido aprendiendo de los sabios que consultaban los de la tele para ilustrarnos, que parece que realmente eran regular de sabios, por no decir que algunos han demostrados ser unos tontos del pijo.

Pero aquello fue bajando de intensidad. Los contagios eran muchos menos, la tasa de mortalidad se iba reduciendo, los mayores, los que habían quedado, aparecían en los medios contando cómo se habían sentido al ver a sus amigos morirse a chorros en las habitaciones de al lado, en la residencia.

Comenzamos las vacaciones dispuestos a seguir las indicaciones de las autoridades sanitarias y de las otras, por más que estas otras te produjeran poca confianza. Ya no éramos los más desgraciados, ya Trump había permitido que los norteamericanos se infectaran por miles, se murieran a chorro, hábilmente seguido por Bolsonaro, en Brasil, que hacía el imbécil ante sus adeptos, sin llevar mascarilla, hasta que él también pilló el virus, aunque se ha recuperado, ya ves tú, lo que es la justicia universal.

Así que todo pintaba mejor y llegamos a pensar que podíamos hacer una vida casi normal. Seguíamos sin darnos besos, pero pudimos visitar a nuestros familiares y deudos, comimos con algunos amigos en restaurantes al aire libre o en salones reservados para una sola mesa. Nos dábamos el codo (¿a quién se le ocurriría lo del codo?, porque también podríamos habernos rozado las rodillas, o las pelvis, por ejemplo, que a mí me hubiera parecido mucho mejor), llevábamos las mascarillas, pero solo cuando nos parecía más necesario, en lugares cerrados o que podían resultar de riesgo.

Y así llegamos a este momento, finalizando agosto, y somos otra vez personas llenas de incertidumbres, de miedos. No ha habido un día de julio o agosto que las noticias no sean peores que las del anterior. ¿Qué hacer? Está claro que las vacaciones se han acabado y hay que volver a la 'normalidad', pero, ¿qué demonios de normalidad es esta? Veo a los padres de niños y niñas absolutamente preocupados ante las incertidumbres del próximo curso escolar.

Cada día las circunstancias cambian, y nunca es para mejorar. Ciudades y pueblos de nuestra Región dan sus alarmantes cifras de contagios. Y, si los chavales no van a los colegios, o tienen pocos días presenciales, ¿qué hacen los padres que trabajan? ¿van a darles subsidios para paliar la situación? ¿quedan perras en las arcas del Estado para esto y lo otro, o estamos ya al borde de la bancarrota?

Y luego están los comerciantes, los empresarios que dependen del gasto que hagamos el personal, como el turismo, la hostelería, el pequeño comercio, etc. Menuda ruina si hay que confinarse de nuevo. Como declaraba a un medio de comunicación esta semana el decano del Colegio de Economistas de la Región de Murcia, Ramón Madrid, «con otro confinamiento, sentenciamos a muerte a muchos sectores. La salud es lo principal, pero es indudable que para la economía es fatal».

Así estamos: inquietos, preocupados y jorobados. Nos ha cambiado la vida de tal manera que no sé qué demonios va a ser de nosotros. La ilusión del principio de julio se ha hundido a finales de agosto. Aunque habrá que ser valiente y afrontarlo; no nos queda otra. Como decía mi madre: «Que el Señor no nos mande lo que somos capaces de soportar».