He vuelto al trabajo. Después de diez meses de baja por maternidad, lactancia y excedencia, correlativamente, esta semana volví a abrir la puerta de mi despacho. Y, aunque estos periodos a las mamás siempre se nos harán cortos, me sentí como si llevara años sin hacerlo. Han pasado tantas cosas en mí desde aquel momento en el que lo cerré por última vez que es como si hubiera transcurrido una vida. Y es que jamás seré ya la que meses atrás echó aquella llave. La maternidad es el cambio más brutal que podría haber experimentado.

Confieso que he pasado mi verano contrariada. Sin poder quitarme de la cabeza el momento de la desmembración. Durante sus primeros meses de vida, apenas nos separábamos para que yo hiciese pipí. Con el tiempo aprendí a estar sin él una media de dos horas, y lo echaba de menos. Aún recuerdo el día de mi examen final en la Escuela Oficial de Idiomas cuando la profesora encargada de vigilar a mi grupo me advirtió que si volvía a mirar el móvil tenía que expulsarme de la clase. No se podía hacer una idea de la ansiedad que me provocaba estar cinco horas sin saber de él.

Sin embargo, conforme se acercaba el momento, una parte de mí empezaba a sentir algo distinto. La necesidad de sentirme yo, pero un yo unipersonal. Así que el día de mi regreso madrugué, me duché, me arreglé el pelo y me maquillé, incluso los labios y eso que ahora con las mascarillas es absurdo. Me tomé mi café antes de que nadie más en la casa se levantase. Y conseguí arreglar todo lo que el bebé demanda. Y allí estaba yo, con mis tacones rojos, mi maletín y mi bolso (llevo casi un año sin utilizarlo porque todo cabe en la mochila del carro) esperando que llegase la hora de partir. Una vez en el trabajo me sentí bien: productiva, solvente y en forma. Por muchos meses que hubieran pasado comprobé que aún seguía en la onda.

Sin embargo, no pude evitar la temida 'ansiedad por desapego', pero no la del bebé, sino la mía (éste es un trastorno que sufren los pequeños a partir de ciertos meses cuando estar lejos de sus padres les produce un verdadero sufrimiento). Coordinaba mis tareas y cumplía con mis quehaceres pero no dejaba de mirar el teléfono. Supongo que es natural pensar que nadie lo protegerá como yo lo protejo, pero entiendo que con el tiempo comprobaré que está bien y yo disfrutaré de llevar bolso de nuevo.