La ley del embudo nos ayudará a comprender el mecanismo simplicísimo que rige el populismo. Por su ancho cono, unos pocos vierten agravios contra adversarios o enemigos reales o imaginarios mezclados con promesas de todo tipo que llegan filtradas, decantadas y convertidas en vana ilusión a la masa que las espera como el maná al otro extremo del estrecho canuto.

Porque sepan que en esta democracia de los ignorantes, como la llama Fernando Savater, tan populista es el dante como el tomante, según el dicho popular, aunque solo en el nombre: una pequeña minoría, que se considera la élite, ofrece soluciones simples a problemas complejos o irresolubles, lo que produce la adhesión inquebrantable de la masa que las escucha y el odio a los malos que se oponen a la aplicación de este bálsamo de Fierabrás, que todo lo cura.

Si usted quiere ejercer el populismo activo, tome como modelo al profesor Tierno Galván, que disimulaba su distancia intelectual con sus administrados mezclándose con ellos, hablando como ellos e invitándolos a 'colocarse' en un mundo feliz alejado de la realidad, mientras afirmaba con indisimulable descaro que las promesas electorales se hacen para no cumplirlas, principio básico del populismo en estado puro.

Si usted aspira a ser jefe de su comunidad de vecinos, concejal o alcalde, presidente de su Comunidad autónoma o jefe del Gobierno, mantenga las apariencias de la democracia formal, pero procure la comunicación directa con sus adeptos, recurriendo al método adecuado en cada caso, sea la mesa de la tertulia cotidiana, un teatro, el púlpito, un balcón, una plaza, un plató de televisión o la pantalla de plasma, situaciones todas que le pondrán por encima y más allá de la masas mientras que, por arte de magia, ellos lo verán como alguien cercano y accesible.

Desde allí desgrane bajadas de cuotas o impuestos, o subidas, según convenga; prometa renta básica universal y aumento de salarios mínimos y de pensiones, educación y seguridad social sin restricciones, y un larguísimo etcétera, en tanto que advierte que solo los enemigos de la patria, las puertas giratorias y el Ibex 35 o una conspiración judeomasónica pueden echar por tierra planes tan ambiciosos. E incluso refuerce la verdad de sus mentiras y desenmascare las falsas verdades del contrario gritando «alpargatas sí, libros no», como hizo Evita Perón, o «menos latín y más deporte», al estilo del ministro franquista español. Y si hace falta, se puede llegar a aquello de que «con humanidad y democracia nunca han sido liberados los pueblos», como proclamó Hitler. O quizá Stalin.

Aunque imagino que la adversa fortuna le ha colocado a usted, como a mí y a casi todos, al otro lado del embudo que filtra promesas y siembra ilusiones, por lo que habrá de consolarse con alimentar la quimera inquebrantable de los descamisados que vitoreaban el balcón de la Casa Rosada, de los jóvenes airados del «sí se puede» acampados en la Puerta del Sol o de los del chaleco amarillo que incendian el Arco del Triunfo como los 'sans-cullotes' lo hicieron con la Bastilla. Y por estas calles y plazas quizá nos lleguen los ecos de Evita Perón proclamando que el mundo será de los pueblos «si decidimos enardecernos en el fuego sagrado del fanatismo». Y más si son ustedes argentinos.