Hace años escuché decir al destacado geomorfólogo murciano Francisco López Bermúdez que vivimos en la era del 'antroposceno'. Leonardo Boff la llama 'era del necroceno', es decir, la era de la producción en masa de la muerte. Y no creo que exagere. La Tierra tiene 4.500 millones de años y el ser humano apenas 150.000 años. Cuando yo era niño la población mundial era de 2.500 millones de personas. Hoy somos casi 8.000 millones. Nadie duda de que en el planeta existe una explosión demográfica. ¿Hasta dónde podrá soportar el planeta tanta población?

Sin embargo, en esta realidad lo que más duele es la escandalosa desigualdad social. Unos pocos son los dueños de la riqueza del planeta (el 1% posee el 82% de la riqueza, según Informe Oxfam), mientras una gran mayoría de la población mundial es descartada y hundida en la pobreza, el hambre y la muerte. Con el dominante sistema capitalista neoliberal la desigualdad crece a pasos agigantados. Sami Nair decía que «el capitalismo globalizado ha provocado con su afán insaciable de ganancias la peor crisis conocida por la humanidad, crisis claramente vinculada a la disputa por el poder global, que es el peor virus conocido por la humanidad, porque coloca a la ganancia como su paradigma central y condena al sufrimiento a millones de personas en todo el mundo». En verdad, este sistema ha convertido al dinero en su dios al que sacrifica vidas humanas y la vida misma de la naturaleza.

A esta desafiante realidad de injusticia y sufrimiento se suma la explotación despiadada de los recursos naturales del planeta, la creciente contaminación del aire, de la tierra, de ríos y de mares; la deforestación de bosques y selvas, pulmones del planeta; el deshielo de los polos€

Es así como hemos entrado en un proceso de cambio climático. No es extraño que ante esta degradación, la Tierra responda con tsunamis, tifones, prolongadas sequías, devastadoras lluvias torrenciales y la aparición de nuevas bacterias y virus que generan nuevas enfermedades.

Existe, además la amenaza de un conflicto nuclear a escala mundial. Es un riesgo que no podemos ignorar. Se han creado armas nucleares que pueden acabar con toda la humanidad. El poder de las bombas atómicas que destruyeron las ciudades de Hirohisma y Nagasaki era de aproximadamente de 15 kilotones. Hoy día las bombas atómicas son 3.000 veces más poderosas y hay alrededor de 16.000 bombas atómicas en el mundo en más de diez países.

La realidad que vivimos nos está urgiendo un cambio profundo de rumbo, comenzando por un cambio de estilo de vida, un cambio de mentalidad y para ello es necesario revolucionar la conciencia, tener pensamientos limpios, superar prejuicios e ideologías partidistas, xenófobas, racistas y nacionalistas, para asumir actitudes de solidaridad cósmica. Todo cambio personal auténtico nos compromete en la lucha por un cambio urgente del sistema socioeconómico y político que hoy domina el mundo. El capitalismo de libre mercado globalizado es inviable porque se desarrolla saqueando los recursos de la Tierra y explotando a los seres humanos. Es la muerte del planeta y de la humanidad.

Es hora de urgentes transformaciones. Es hora de mirar con esperanza hacia el futuro y caminar hacia la conquista de otro mundo más humano y cuidadoso del medio ambiente. Es hora de unir esfuerzos. Es hora de actuar. Es hora de que los políticos abandonen las confrontaciones, para buscar juntos nuevas alternativas de vida en base al bien común. Es hora de que los jóvenes se tomen en serio en qué mundo vivimos y hacia dónde camina la humanidad. Es hora de destruir muros, de abrir puertas a la esperanza y tender puentes a los pueblos del mundo en una alianza de civilizaciones, con actitud de respeto y dialogo, libres de resentimientos y apostando por la vida de la naturaleza y de las personas, sobre todo de las más desfavorecidas.

Si así vivimos y actuamos, todavía habrá razón para la esperanza, de lo contrario, ¿qué futuro les espera a las generaciones venideras?