Mientras estaba escribiendo todo eso en mi diario empezaron a dar voces mi padre y mi abuela, y es la primera vez en mi vida que oigo gritar a mi abuela, pero grita tan fuerte que mi padre se tuvo que callar y eso que estaba furioso. Mi abuela le dijo que ya estaba bien de montar escándalos y que las personas que no pueden perdonar van al infierno (porque ella cree en Dios y en la Virgen) y mi padre le dijo que al infierno se iba a ir ese, y ella empezó a gritar y dijo que Dios perdona a todos los pecadores arrepentidos pero no a los orgullosos ni a los rencorosos, y que estos son sus pecados capitales. Mi abuela tiene un poco de razón, porque mi padre siempre está rencoroso con mamá y nunca admite que está triste, por orgullo.

Mi padre le dijo que era una arrastrada llevándole la comida y ella dijo que no iba a dejar que se muriera de hambre, y mi padre le dijo que se mataba de hambre él, que no había dado un palo al agua en su vida, y mi abuela le dijo que desde que había vuelto al pueblo no se podía hacer otra cosa y que no era asunto suyo. Pero mi padre le dijo que era asunto suyo, y que le había advertido de que no vendríamos más si pasaba esto, y dijo que nos íbamos a largar ahora mismo y que le daba igual ya todo. Entonces creo que mi abuela se puso a llorar.

La bronca era tan grande que luego la casa se quedó en silencio y era como si la tristeza se metiera por debajo de la puerta como una babosa. Me acurruqué en la cama y ya no quedaba nada de miedo ni de vergüenza y solamente estaba muy triste, aunque no sabía por qué, porque en el pueblo me aburro mucho y prefiero estar en Barcelona, que además así podré ir a casa de mi madre y jugar con la consola.

Entonces se abrió la puerta de mi cuarto y apareció mi padre y se sentó en la cama. Tenía la cara roja y me pidió perdón por gritarme tanto por la calle. Yo estaba muy triste y no quería hablarle, pero también estaba triste porque no me salían las palabras y mi padre estaba también muy triste y necesitaba que le hablase, pero yo no quería o no podía. Me dijo que ese hombre, el vampiro, en realidad era su padre. Y yo creo que ya me lo imaginaba: porque los vampiros están muertos en vida y el abuelo está muerto desde antes de que yo naciera.

Mi padre me empezó a decir que no quería que yo conociera a mi abuelo porque ellos dos no se llevan bien, y que hay muchas cosas que soy pequeño para entender, pero yo le pregunté si el vampiro había intentado alguna vez chuparle la sangre a él cuando era pequeño, y mi padre me dijo que le había intentado chupar la sangre a todo el mundo, y que por eso se habían enfadado. Yo le dije que el vampiro ya no tenía los dientes largos, pero él me repitió que hay muchas cosas que no entiendo. Y me dijo que él quería ser un buen padre para que yo nunca tuviera que tratarlo como él trataba a su padre.

Entonces le pregunté lo que más me interesaba, porque noté que me iba a contestar a lo que yo quisiera. Él estaba sentado con la cabeza gacha y cuando oyó mi pregunta creí que estaba sollozando pero en realidad es que se estaba riendo, y aunque le caían lágrimas por la cara y se ponía rojo y no podía casi ni hablar, consiguió responder a mi pregunta. Yo le pregunté si los hijos de los vampiros son vampiros también. Cuando paró de reírse y al fin consiguió articular palabra, me dijo que sí, que a lo mejor él también era un vampiro.

Y así es como supe que yo también soy un vampiro. Es el mejor día de mi vida. Por la tarde, mi abuela y mi padre hicieron las paces y aunque estaban hablando de cosas de mayores yo andaba por ahí y oía lo que decían sin que me mandaran al cuarto. Mi padre dijo que él no pensaba ver al abuelo, pero que tampoco iba a negar que lo viera yo, y le pidió perdón a la abuela por hablarle tan mal. La abuela le dijo que algún día tendría que perdonar a su padre, pero mi padre me miró y dijo que ya hablarían de eso.

Al final nos quedaremos en el pueblo todo el verano. Y aunque aquí me aburría, ahora quiero quedarme para conocer un poco más a mi abuelo. Mi abuela me dejará llevarle el plato al vampiro y estar un rato con él cada día, a la hora de la siesta, y mi padre me deja.

Quiero que mi abuelo me enseñe a dormir cabeza abajo, a mimetizarme y sobre todo, sobre todo, a sacar los colmillos retráctiles. Y cuando consiga hacer todas estas cosas, seguramente ya tendremos que volver a Barcelona, y empezará el curso, y veré de nuevo a mamá en su casa, y lo primero que haré será dar a Carme una lección que no olvidará.

Mañana, primer capítulo de

LAS CARTAS DE LA MEMORIA

de Emma Riverola