No sé si soy distinta o distonta, pero lo cierto es que coincido con William Burroughs en que muchas veces «el virus es el lenguaje». No se pueden imaginar ustedes lo pervertido que puede llegar a ser. Les presento a las palabras estrella: teletrabajo y conciliación.

Desde que nos azota la pandemia de la covid-19 se habla incansablemente de ellas. Es cierto que, infinidad de personas confinadas conectadas desde sus ordenadores personales han podido sacar adelante el trabajo que antes realizaban en sus empresas, oficinas, centros docentes, etc.

de forma presencial. Ni qué decir tiene que el teletrabajo privilegia fundamentalmente a sectores que manejan el doble alfabeto, analógico-digital de esta cuarta revolución vertiginosa que disfrutan de un contrato, bien sea de la Administración o de una empresa. ¿Podría decirse entonces que cualquier persona teletrabaja para el Burguer diez minutos cuando pide un menú, para la banca cuando hace una gestión, para la Administración cuando echa carburante, etc. sin la debida formación? La respuesta es no porque no hay contrato. Se nos vende como optimización del tiempo y buen servicio al cliente. ¡Qué bonito!

Llegados a este punto me digo: ¿es nuevo el teletrabajo? Veamos: flexibilidad horaria, disponibilidad, tiempo de calidad. Miles de personas han trabajado y trabajan desde casa para fábricas textiles, industrias de moda, novias, calzado, ingenieros, traductores, y un sin fin de oficios para los que realizan las tareas más engorrosas, compaginando empleo con trabajo doméstico y cuidado de familia sin perder productividad.

Estas personas siempre han reclamado equiparación salarial, cotización a la SS en relación al tiempo dedicado a su trabajo y han puesto de manifiesto que la conciliación familiar solo era posible si le robaban horas al sueño. Estos expertos no tienen la cabeza de adorno. Cuidado con la palabras.

Quizá, solo quizá, yo no soy experta, pero estemos siendo igual de engañados.