Ya nadie saca barriga de la gestión de la pandemia a nivel autonómico ni tampoco da lecciones de salón, y mucho menos puede sentirse orgulloso de su trabajo. Como dice el dicho popular, no es lo mismo comer que dar trigo.

Mientras era el ministro de Sanidad quien decidía, junto al grupo de funcionarios y funcionarias que componían una especie de Comité de Expertos que nunca existió como tal, quien decidía pasar a la fase dos o tres, si era conveniente o no seguir prolongando el estado de alarma, o quién compraba las mascarillas o mejor dicho, a quién se las compraba, casi todas las Comunidades autónomas estaban con el hacha levantada contra el Gobierno español.

En Cataluña se hablaba incluso de que si les hubiesen dejado gestionar a ellos la pandemia no habría tantos casos; en Madrid incluso se presionó para saltarse fases hasta la extenuación, todo ello en nombre de la economía, demostrando el Gobierno Ayuso que sólo se arrodilla ante determinados lobbys; hasta el propio Casado dijo varias veces que si alguien quería saber cómo hubiese gestionado él la mayor crisis sanitaria, económica, social y laboral de los últimos cien años, excluyendo guerras, su modelo era el de los peculiares Ayuso y Aguado. Pizzas, Coca Colas y residencias abandonadas.

Cada presidente autonómico, una vez a la semana, hacía su particular rueda de prensa inmediatamente terminada la conferencia de presidentes vía telemática. Por cada frase de apoyo a Sánchez, Illa y Simón se producían diez críticas, diez quejas, y algún que otro insulto.

Pero el estado de alarma terminó, antes de lo que algunos expertos hubieran querido, y mucho después de lo que querían Abascal y Casado, que lo rechazaron una y otra vez en nombre de la libertad, y ahora son las Comunidades las que conducen el vagón de cabecera.

Y el resultado no puede ser más deprimente; el coronavirus ha desnudado a la mayoría de los responsables que gestionan el servicio público. Tanto la educación como la sanidad residen, desde hace muchos años, en manos de los responsables autonómicos, y algunos están demostrando que les viene demasiado grande el cargo. Solo unos pocos manifiestan estar a la altura de las circunstancias.

Los incompetentes, los que van a remolque, los que solo saben tomar medidas a rebufo de otros, pedirán a grito que se abra el debate sobre la recentralización de la sanidad y la educación, y recuerden, verán como dentro de pocos días, algunos partidos políticos cogerán la bandera de devolver las competencias en estas dos materias. Tiempo al tiempo.