Hace unos días mi mente sufrió un revés importante. Me vino en forma de canción, escrita concretamente por alguien que formó parte importante de mi vida y por quien, al perderlo, pasé una temporada angustiosa. Parece mentira cómo el pasado nos sigue removiendo, cómo nos sigue afectando. Me gusta creer que la madurez se consigue cuando somos conscientes de que no podemos cambiar nada de lo vivido; aunque sí, mirarlo desde otra perspectiva, con otros ojos. Y sí, he llegado a la conclusión de que cuando nos vemos acorralados por el final de los días, nos agarramos a lo más simple. Hacer lo imposible por seguir en el recuerdo de alguien con quien en un tramo de nuestra vida tuvimos que ver.

¿Cuántas ex parejas, amigos del pasado, familia a la que no vemos desde hace mucho nos han llamado durante estos meses de confinamiento? ¿Cuántos nos han escrito para preguntar si estamos bien? En mi caso han sido bastantes. Porque el miedo nos lleva a eso, a hacer saber que aún existimos, a no querer ser olvidados.

Todo esto puede parecer muy romántico, pero a mí personalmente me asusta. Me asusta que de repente aparezcan sombras de quien una vez tuvo algo que ver conmigo y que me pensaba olvidada por su parte. No me creo que no haya un motivo que lleve a un ser humano a aparecer de repente en el mismo lugar del que una vez decidió irse.

Queda patente que nuestra educación nos hace volver a tender brazos, abrir puertas, a colorear el gris que alguna vez sentimos hacia quien decidió marcharse, abandonar todo lo construido. Y es el error más brutal que podemos cometer. Porque nadie cambia... Disimulan, se disfrazan, pero en esencia siguen siendo como eran. No me voy a detener en calificativos, que esto no va con nadie que pueda defenderse de un ataque.

¿Por qué aparecen, los que se fueron, en el momento más inoportuno? Cuándo ya nos hemos olvidado, cuando hemos conocido a otra persona que nos ha devuelto la sonrisa, cuando ya lo creías superado... ¿ Acaso no somos capaces de sentenciar un final, de darnos media vuelta y jamás volver? Debe ser exceso de amor propio, tal vez. Valentía... o todo lo contrario. Me queda pensar que hay que ser alguien muy bragado, muy cabal y muy coherente para no querer regresar al lugar que una vez fue invitado a abandonar. A mí que no me esperen, os diré que hay muchos, muchísimos refugios , y en el que menos puedas imaginar hay un cartel de bienvenida con tu nombre escrito. Una vez dentro, poner límites depende de uno mismo, mostrando si es menester una señal de «Pare Usted» en fluorescente. Porque si algo he aprendido es a dejar que cada cual haga lo que quiera, pero no con una.