¿No sueñan con poder viajar? ¿Coger un avión al destino más remoto posible para dejar atrás toda esta pesadilla? Yo no he dejado de pensarlo, y hasta tengo el lugar a donde quiero irme y, ojo, que puede que me plantee no volver.

Hace algunos años tuve la suerte de conocer a personas de esas con las que no hace falta hablar siempre, pero son familia, son casa. Son esas personas a las que volveré a ver pronto y sé que después de quince minutos tendré la sensación de haber cenado ayer con ellas. Por ellas, veinticinco amigos y yo cruzamos medio mundo para acompañarlas en un día muy importante: su boda en una isla perdida de Filipinas, Boracay.

Fue hace ocho años, pero mentalmente a ratos sigo allí. Las puestas de sol, las velas de todos los barcos de color azul, mi bautismo de buceo, coger una moto a la aventura, empezar a caminar selva abajo y de repente encontrarte la playa más bonita del mundo para ti. Recuerdo las happy hour de piña colada en el hotel, celebrar la despedida de soltero y soltera al grito de 'Chokurei', palabra que significa energía, de la buena.

Por aquel entonces ya conocía el Jägermeifter, pero les garantizo que en la otra parte del mundo hay una bebida mucho más letal y se llama Tanduay, un ron que se bebe con cocacola desventada, o al menos así lo recuerdo, y por sus efectos desinhibidores acabas haciendo pis en un armario o te encuentras en pelotas en el mar. Y hasta aquí puedo leer.

Recuerdo conocer a gente muy humilde con una sonrisa de oreja a oreja, que vivían sin los caprichos del primer mundo, y son felices; recuerdo unas familias a las que no les llegaba el agua potable y tenían que recorrer largas distancias con garrafas para sus hijos.

Recuerdo que nos juntamos todos los que fuimos aportando cincuenta euros por cabeza y cómo meses después nos llegaron fotos con la instalación de una bomba de agua potable y un vaso de agua en una mesa; recuerdo la emoción de haber podido hacer algo bueno con tan poco.

Pienso mucho en Filipinas y en volver a aquella isla, pasarme el día descalza y en bikini y vivir sin tanta hostilidad. Mis amigos lo tienen claro y en breve se instalarán en Port Barton, ya les hablaré de un hotel que han montado.

Si algún día no doy señales de vida, ya sabrán dónde buscarme.