No me gusta Marvel, los cómics ni las películas de superhéroes; nunca han captado ni un minuto mi atención, ni falta que me hace. ¿Saben por qué? Porque los verdaderos superhéroes están en mi familia.

Son de los buenos, tienen superpoderes y luchan contra un supervillano que se llama TEA. Cada día de su vida son superhéroes.

No he sido madre, me encantan los niños, no les miento si les digo que se me dan muy bien, pero después de tirarme al barro, maquillarme, ponerme pelucas, hacer el payaso y jugar con ellos hasta la extenuación, nada aprecio más que el silencio de mi casa. Quizás sea egoísta, seguro que para muchos sí, pero ha sido mi opción elegida en la vida.

Tengo dos sobrinos. Son mellizos y hasta que no los tienes no sabes lo que eres capaz de quererlos; lo mejor en mi papel de tía molona es ir de aventuras, comer chuches, patinar sobre hielo, disfrazarnos y algo que todavía es medio misión imposible: conseguir que les guste la música indie. Pero todo esto solo lo puedo hacer con una de las superheroínas de la casa, E.

El otro de los superhéroes, C, es un gran pensador, apasionado de la música bajita, con unos ojos azules arrebatadores, que me mira con mucho amor, pero no habla. Lo de abrazar tampoco lo lleva bien, así que me toca la nariz y se ríe el muy truhán para que le cante; ese es nuestro mayor contacto y me derrite cada vez que lo hace.

Se me cae la baba viendo a E con el timón de un Optimist como mi hermano y yo cuando éramos pequeños, me encanta que mi hermano le traslade la pasión por la vela que nuestro padre nos enseñó a nosotros. Pienso en todo lo que mi hermano y mi cuñada harían con C y no pueden, pienso en cómo no son como Superman, que cuando advierte peligro se quita las gafas y se pone la capa, mientras veo a mis superhéroes serlo a tiempo completo porque todo el rato hay peligro. Me siento impotente por no poder ayudar más y pienso en la angustia del futuro y lo duro que debe ser en estas circunstancias ser padres.

Estoy orgullosa de la familia que han formado, de cómo afrontan la vida. Cada día es una lucha ganada y una lección de vida ante las gilipolleces que parte de la sociedad plantea. Espabilen.

Como mi familia hay muchas y desde aquí, a todas ellas y sobre todo a la mía, gracias por vuestros superpoderes. Me gusta ser Unzu.