Los investigadores W. Chan Kim y Renée Mauborgne, ambos profesores de la Escuela de Negocios INSEAD, desarrollaron la teoría de la estrategia del Océano Azul. Y la publicaron en un libro homónimo en 2005. Les faltó hablar del papagayo. Y de haberme conocido lo habrían hecho. Yo soy ese. Porque desde que conozco su tesis la difundo allende los mares cual dicho pájaro a golpe de oportunidad.

No voy a resumir aquí un libro. Me bastan apenas diez líneas para explicar que el océano azul existe en contraposición al océano rojo. Este es el habitual, en el que habitamos si hablamos de empresa, donde nadan todos los peces (léase competidores) batiéndose en duelo a dentelladas por ganarse una micra de ola (léase porción de mercado), lo que consiguen con la nada excitante fórmula de la competencia a muerte vía precios, por lo general vía bajada de los mismos. Frente a él, como digo, nos encontramos con el océano azul. Eso sí, este hay que buscarlo. No es evidente. Más bien ignoto. Pero en sus aguas reina la calma, no hay competidores haciendo nada parecido y en su cristalinidad es posible triunfar básicamente gracias a la innovación.

La teoría me fascina porque me interesa lo diferente (también la gente), cambiar, mejorar y, por supuesto, innovar. Su estrategia la encuentro absolutamente necesaria y diría que con más valor en la actualidad que en el momento de su publicación, sobre todo si pretendemos la loable e imprescindible labor de la reconstrucción económica y social. Y, además, estoy convencida de la importancia de desarrollar la innovación personal en general y, en particular, en el marco de la imperiosa obligación de aplicar nuestra responsabilidad individual, más allá de la de Gobiernos e instituciones, artífices de nuestra propia reconstrucción, colaboradores de la reconstrucción ajena y sin embargo comunitaria.

Encontrar el océano azul es, además, más factible que nunca, gracias a dos revoluciones que van a acompañarnos para siempre, sí o también: la digital y la de la sostenibilidad. Cualquier evolución nos une a ellas, remite a ellas. Y nadie debería quedarse atrás, al otro lado de una brecha que en cualquier caso hay que suturar para mejorar como personas, como país y como sociedad, una brecha que más nos vale cerrar si tenemos la vocación de innovar con futuro.

Por todo esto (y muchas cosas más, que cantaba aquel), cuando conozco actividades de innovación me excito y me presto a divulgarlas. Y no, no estoy hablando de la vacuna contra el covid-19, ni de un nuevo sistema operativo.

Innovar es a veces más humilde, más pedestre y no por ello menos importante. Innovar es hacer las cosas de manera diversa para obtener resultados diferentes. Es, como dicen los anglosajones, mirar fuera de la caja. Es usar de otra forma las herramientas que la vida nos pone en las manos. Es saber regatear, surfear, usar la cintura, hacer un quiebro. Y hay actos y actividades que nos muestran que, en realidad, la innovación está al alcance de cualquier ser humano.

Y sí, por cierto, sí voy a hablar de huevos. Mejor dicho, de los que no hay… de los que no hay cuando no hay bodas.

Y no, no estoy metiéndome en un extraño jardín. Estoy describiendo una realidad: en los meses correspondientes al confinamiento y las diferentes etapas del estado de alarma no ha habido bodas, salvo las oficiadas en la intimidad. Y cuando no hay bodas no hay huevos... que ofrecer para asegurarse de la ausencia de lluvia. No han corrido novias ni damas ni madrinas a llevar huevos a las monjas clarisas de los diferentes monasterios españoles. No ha habido entrega de huevos para la realización de sus maravillosos postres caseros en general y sus yemas de santa clara en particular (otra cosa es que los hayan cocinado).

Y será conversión de la necesidad en virtud, será solidaridad, tal vez oportunidad, el caso es que uno de los monasterios de esta congregación, el de Hellín, ha puesto a sus monjas a realizar una loable actividad. Ellas han encontrado su manera de innovar, de cambiar de actividad, por una más útil que la realización de sus pastas, dadas las circunstancias. Con toda su imaginación al servicio de la sociedad, se han dedicado a coser mascarillas protectoras del covid. Con todo tipo de parabienes y certificados. Para mujeres. Para hombres. Para niños… hasta para la primera comunión. Y a la venta vía whatsapp. Ha sido saberlo y querer contarlo con un gran aplauso por su valentía y su capacidad de innovación puesta al servicio de todas las personas comprometidas con la vida.