También mi madre fue emigrante. Con cinco años partió de Murcia hacia Cataluña, en los años 50, en ese éxodo de postguerra que desarraigó a tantas familias y convirtió el lugar de partida en una especie de paraíso perdido al que muchos anhelaban volver, y al que andando el tiempo volvimos, cuarenta años después, cuando sus raíces eran profundas en un lugar en que sufrió y gozó. Durante mucho tiempo soñó con Sabadell como si fuera Ítaca, y si hubiera estado en su mano habría vuelto a Barcelona sin dudarlo. Murcia era el lugar donde pasar las vacaciones, no donde vivir; la tierra de sus padres y sus abuelos, pero ya no la suya. Hoy el sueño y la realidad se funden, y muchas veces confunde nombres de lugares. Tal vez ha vuelto donde quiere estar. Ojalá. Yo más bien creo que no está en ningún lugar. Su mirada perdida me lo dice.

Ella no fue a la escuela. Siendo una niña se ocupó del cuidado del hogar y de tener lista la comida cuando los demás volvieran de trabajar. Siempre ha sido el alma de la casa, desde chiquita. Hacer novillos para ella fue una imposición. Pese a ello aprendió a leer para poder devorar los tebeos que una tía suya le traía de la casa donde servía como empleada de hogar, y siempre le gustó hacerlo. Aún hoy se para a leer carteles que trata de descifrar como si fuera la piedra de Rosetta, porque aunque distingue los fonemas no es capaz de darles un sentido. Para ella los conceptos se han disociado de sus nombres.

De jovencita trabajó durante unos años en una de las muchas empresas textiles de Sabadell, pero al nacer yo renunció a su trabajo para dedicarse otra vez en cuerpo y alma a la familia: entonces a la que empezaba a crear con mi padre, su primer y único novio, con el que el 18 de julio de 2017 celebró 50 años de casada.

Desde que mi corazón empezó a latir en su interior, como después el de mis dos hermanas, nunca ha dejado de hacerlo. Aunque no se lo dijéramos, sabía cuándo nos ocurría algo sólo con mirarnos a los ojos. No hacían falta palabras. Siempre ha antepuesto nuestras necesidades a las suyas, y ha estado subordinada a mi padre, por voluntad pero sobre todo por educación.

Mi madre ha sufrido enfermedades. He temido por su vida, que he visto pender de un hilo. Creo que ha entrado en la fase de pérdida de conciencia de sí misma donde ya no sufre como al principio, cuando se daba cuenta, y ya no se desvive por los demás como siempre, ni siquiera por los ‘suyos’.

Ya apenas recuerda nada de lo que fue, pero nosotros lo hacemos por ella.

Pienso que si mi bisabuelo Pedro no hubiera sido trasladado a Loja, si después su hija Isabel no hubiera decidido (mi padre sostiene que fue decisión suya, con la resistencia de mi abuelo Tomás) que Sabadell era entonces la tierra prometida, si mis abuelos Paco y María no hubiesen cogido a sus cuatro hijos y sus cuatro pertenencias para levantar con mucho esfuerzo (particularmente de mi abuela) una casita en el barrio de Can Oriach, probablemente mis padres no se hubieran llegado a conocer.

Somos quienes somos por los que fueron antes que nosotros, por lo que nos han transmitido, por los lugares donde hemos estado, por las personas a las que hemos conocido...