Hay gente que no lo puede remediar: los pobres les dan grima, les producen repulsión, o miedo, incluso. A este sentimiento mi amiga Adela Cortina, catedrática de Ética en la Universidad de Valencia, le puso nombre: 'aporofobia' se llama, y fue elegida 'palabra del año' en 2017' Ella mantiene que a los inmigrantes no se les rechaza (los que los rechazan) por extranjeros, sino por ser pobres. Por cierto, es una de las pocas palabras que se sabe quién la inventó y hasta la fecha en que fue creada por esta filósofa española.

Lo más extraño del tema es que nosotros, los españoles, somos gente que llevamos emigrando desde siempre para tratar de mejorar nuestro nivel económico. Somos emigrantes pobres natos. En los años finales de los 50 y en los 60 del siglo pasado -no quiero irme más atrás, así que hablaré de lo que yo mismo he conocido - 3.000.000 de ciudadanos de este país emigraron al extranjero, la mayoría a países europeos, pero algunos también a Venezuela, a Argentina o a Chile, entre otros países americanos. Algunos de ellos llevaban contratos de trabajo gestionados aquí, pero la mayoría iba a ver qué les salía. Materialmente todos los hombres procedían del mundo de los oficios: mecánicos, electricistas, albañile... y, ellas, las mujeres, en su mayoría, buscaban trabajos de asistentas, y, las menos, de empleadas en fábricas o talleres de trabajo 'femenino'.

Todos estos españoles soñaban con un mundo mejor del que tenían aquí, que era bastante miserable: sueldos bajísimos, condiciones a menudo de verdadero abuso, por no hablar de la falta absoluta de libertad para plantear siquiera una huelga o cualquier otra reivindicación que sería aplastada por el poder político franquista de inmediato. Así que, los padres de todos aquellos jóvenes les prepararon una maleta con algunas mudas y el hato de los domingos, les hicieron unos bocadillos de tortilla y gastaron sus pequeños ahorros en un billete a Alemania, a Francia, a Suiza, etcétera. Y allí llegaron sin saber una palabra del idioma, totalmente perdidos en ciudades que desconocían, sin nadie a quien acudir, pero con la ilusión de poder lograr un futuro mejor del que le ofrecía aquella España de la dictadura. Fueron bien recibidos porque hacía falta mano de obra (¿les suena?), trabajaron, algunos se casaron con hombres o mujeres del país que los había recibido. Otros ahorraron dinero para volver y poner un pequeño negocio en su pueblo. Cada verano, España se llenaba de emigrantes de vacaciones que volvían para ver a la familia, algunos con su propio coche ya, que era la envidia de sus paisanos.

Ahora imaginen países africanos como Mali, Niger, Argelia, Chad, Camerún, donde el yihadismo islamista se mueve cómodamente, o la banda Boko Haram -aquellos del rapto de cientos de niñas de un colegio que desaparecieron de la noche a la mañana- que han producido incontables muertes. Son estados en permanente crisis, a menudo con guerras entre ellos, con una economía de hambre. ¿Qué no harían unos padres de un chico o una chica para que sus hijos tengan un futuro, unas posibilidades que solo pueden ver en la tele, el que la tiene? ¿Qué no harían los hombres y las mujeres para escapar de aquello y buscarse la vida en Europa? Pues exactamente lo que hacen: jugarse la vida a través de África, hasta llegar a un sitio donde las mafias los metan en una patera para cruzar el Mediterráneo, o surcar el Atlántico rumbo a Canarias, aun sabiendo que miles han muerto tratando de hacer lo mismo que ellos. Qué miedo sentirán, qué espanto encontrarse allí, en una embarcación miserable, en medio del mar, quizás viendo cómo algunos mueren a su lado.

Y es a estos seres humanos a los que algunos españoles les dedican su aporofobia. Porque les tienen miedo porque son pobres, no porque sean peligrosos. Todos saben que solo buscan esa vida mejor que buscábamos los españoles, por millones, hace unos años, y por miles hoy en día. Y estos aporofóbicos piden que la Armada les cierre el camino, o suben fotos a las redes de migrantes sentados en parques mientras que sus hijos juegan diciendo que han venido a contagiarnos la covid. Pobres seres humanos que tienen miedo de los pobres.