El mes de agosto avanza imparable ajeno a las controversias educativas. Poco le importa la vuelta al colegio, si la educación será presencial o si habrá otro confinamiento. Entre los miembros de la comunidad educativa es distinto y reina el escepticismo. Unos ven un sinsentido que los bares sufran restricciones de aforo mientras que en los colegios e institutos aún no se tiene claro cuántos alumnos habrá en cada aula. Otros todavía no entienden por qué los locales de ocio abrieron y los colegios permanecieron cerrados. En cualquier caso, un colegio no es un bar, por mucho que sus parroquianos constituyan una clase y, por mucho, que los camareros estén doctorados en las cosas humanas y divinas.

La universidad de la vida y la facultad del bar no expiden titulaciones homologadas por organismos oficiales. La pandemia, igual que agosto, sigue su ritmo y por muy responsables y concienzudos que seamos habrá contagios y rebrotes. La enfermedad es connatural a la vida y en tiempos de covid-19 parece que lo hemos olvidado. La pandemia no ha desactivado al resto de los virus y desgracias que pululan por la tierra. El coronavirus no ha acabado con las muertes por tumores, ictus o infartos, pero los ha dejado en un segundo plano.

Todos los días los informativos comienzan con el número de contagios por covid-19, las cifras son desalentadoras. Estamos ante un coronavirus y es fácil (a pesar de las precauciones) sufrir el contagio, como fácil es tener la gripe en otoño. Las muertes por gripe no son asunto del pasado. La mortandad por gripe no está erradicada y para la gripe tenemos vacuna. Una vacuna que varía en cada campaña otoñal. La vacuna de la gripe no ofrece protección eterna, no es para siempre. La letalidad del coronavirus ha descendido desde el comienzo de la pandemia hasta hoy.

Ahora bien, la información sobre la pandemia no se centra en este hecho, sino en la cifra de contagios. A la luz de estos datos, los ciudadanos se autoprotegen como mejor pueden. Es curioso cuán crueles podemos ser con nuestros congéneres y cómo de indulgentes con nosotros mismos. Siempre es el otro quien no cumple las normas, quien es irresponsable, quien pone en peligro su salud y la de los demás. Ese otro es uno mismo.

El mundo no se puede parar (al menos de nuevo), los jóvenes y no tan jóvenes han de volver este septiembre al aula. Todo proceso de aprendizaje que no sea presencial no es educación. Es trasmisión de contenidos, es cortar y pegar datos, pero no es educación. Con el modelo telemático, nuestros jóvenes pierden actividades claves para su formación (charlas, obras de teatro, prácticas en el laboratorio, etc.). Las personas somos sociales por naturaleza, unas veces formamos comunidades, otras maldecimos (en palabras de Kant) nuestra «insociable sociabilidad».

Ya está bien de estar aislados los unos de los otros, por fin es el momento de dar un paso al frente. No importa que el paso sea temeroso, el miedo es bueno. Nos hace estar atentos, ser precavidos. No importa actuar con miedo siempre y cuando podamos mantener el pánico a raya. Es el momento de volver a la trinchera y desde ahí, pelear. La lucha será efectiva si establecemos las alianzas adecuadas. Necesitamos el apoyo de nuestros alumnos y de sus familias, necesitamos que el cumplimiento de las normas básicas de convivencia sea efectivo. Sin las familias no se puede conseguir semejante empresa, ellas son las piezas fundamentales para que las medidas de protección e higiene sean eficaces.

Tenemos que hacer lo imposible para que los colegios sigan abiertos. Tenemos que pelearlo como pelean los buenos deportistas y los buenos equipos. La identidad se crea por asimilación o por oposición, todo cuanto somos reside también en la memoria de los otros. Además de seres sociales, somos gregarios. Nos necesitamos.

La educación telemática es un buen recurso en el aula pero no puede sustituir al centro educativo, ni a la figura del maestro. Septiembre se acerca y la vuelta a clase nos espera. Desempolven las mochilas, añadan hidrogel y no olviden las mascarillas. Volvamos a clase. Confiemos en que todo esté bien.