El martes estuve con uno de esos amigos con los que quedo al revés del mundo; lo que nunca calculamos fue una pandemia y que todo fuera tan contenido.

Nos vimos en una plaza de Murcia, sin abrazos; se acabaron los nuestros en los que yo acababa por los aires. Fuera efusividades, todo profilaxis y contención, maldita contención.

No nos hace falta hablar a diario para saber lo que nos tenemos el uno al otro. Nos sentamos en una céntrica plaza de Murcia, y me sorprendió la cantidad de gente que pasó por la mesa pidiendo para comer o para anestesiarse de una vida cabrona que han elegido o les ha elegido. Creo que no somos conscientes de la gravedad de la situación a la que nos enfrentamos no sólo sanitaria, sino social.

Desigualdad, falta de empatía hacia las miles de personas que no tienen acceso a una mascarilla, gel o a algo que llevarse a la boca. Entiendo que ahora todo el mundo hace uso de la tarjeta de crédito para prevenir, pero qué hacemos con la gente que te pide para comer, qué hacemos con los grandes olvidados, los invisibles, qué fue de las monedas, esas migajas valiosas para quien no tiene nada. Ojalá seamos capaces de no mirar para otro lado y dejarles tirados. Es el momento de trabajar de manera colectiva; parecerá de locos, pero aunque no lo creamos cualquier día nos puede pasar.

Volviendo a mi encuentro, mi querido amigo y yo hicimos el pertinente repaso a la actualidad política regional y nacional. No les miento si les digo que me arden los dedos por comentar los últimos acontecimientos políticos, pero seguiré practicando la contención hasta septiembre. Me digo: Sé fuerte, Unzu. Y lo seré.

Decidimos brindar por la infinidad de los que nos gobiernan y porque aquí seguimos dando por culo. Una botella de Martin Codax después nos damos cuenta de que lo hemos vuelto a hacer. Nuestros encuentros son así, raros, siempre hay un día de verano en el que la ciudad está desierta y nos encontramos.

Creo que nos confesamos cosas inconfesables al resto del mundo, bebemos y comemos como si no hubiera un mañana, y así año tras año; eso sí, éste sin abrazos, sin contacto y con toque de queda. Casi con la cena en la boca estamos pagando para poder tomarnos una copa en la terraza de al lado, porque ahora esto va así. Días raros los que nos han tocado vivir, pero lo importante es que sigan existiendo.