Hablaba ayer de mi entrada al instituto (al BUP de entonces), a los catorce años, en una palabra, a la adolescencia. De aquel 1979 en el que por primera vez pensé en algún momento que, efectivamente, todo estaba contra mí. Y de cómo sólo el mar, el rumor de las olas en el puerto al que iba tantas tardes, parecía ayudarme a olvidar, o dejar atrás, al menos unas horas, aquella angustia. Y todo eso, establecer allí una suerte de punto de partida del futuro que ha sido, tiene origen en una entrevista de Maruja Torres a Joan Manuel Serrat, publicada en Nuevo Fotogramas en julio de aquel año, cuyo titular —resumiendo una respuesta del músico— decía: «Nunca la juventud ha estado tan indefensa como ahora. Todo ha reventado contra ellos».

Todo ha sido después a un tiempo fácil y mucho más difícil. Aprendí a nadar en la charca de la vida en esos años sucios, solitarios, y también empezaron las palabras —ajenas al principio, luego cada vez más propias— a darme un coraje como el que exige el viento a la frágil barcaza sobre el mar. Las convicciones religiosas que habían hecho más ardua mi aislada adolescencia, cayeron en un día ante el embate del primer amor correspondido —ya en la universidad— llevándose con ellas muchos miedos, aunque pronto la enfermedad y las primeras muertes —familiares, amigos, conocidos— empezaron a definir la imagen verdadera y amarga de la vida.

Muy poco o nada sé de los muchachos que amé y odié en aquellos años, pero estoy convencido de que todos —de una u otra forma— habrán tenido frente a frente los ojos inyectados en sangre de la fiera, muchos de ellos sin ayuda o valor para enfrentarse a su hechizo. No, nada ha sido fácil desde aquel año mágico, iniciático: soñamos libertad y pronto vimos empezar a derrumbarse convicciones, creencias, asideros morales... La enfermedad y la muerte siguen acechándonos y no son muchos los capaces de hacerles frente, hallar en la insondable oscuridad del ánimo las fuerzas suficientes. Cada noche revientan nuevos muros y despertamos en medio de sus ruinas como nunca creímos que podríamos llegar a estar: vacíos de sentido, desnortados, sin rumbo, solos.

Hace años que no vuelvo al pueblo de mi infancia. Mi tierra me parece ser más esta, este Mediterráneo que me ayuda a apartar de mi mente los estragos que siguen sucediéndose. El rumor de sus olas, indiferente al tiempo; el vuelo interminable de las ágiles gaviotas, su serena imbricación total con el sentido y destino final que nos aguarda. Y releo el titular de la entrevista y me pregunto, ¿quizás alguna vez no ha reventado, no ha estado todo en contra de nosotros…?